miércoles, 28 de noviembre de 2012

Hasta que por fin llegué al Cuzco!!!!

El oasis de la Huacachina es un lugar cerca de la ciudad de Ica, en el suroeste peruano; había escuchado hablar de él por primera vez a Luis Gabriel Mojica, quien me mostró unas diapositivas en PowerPoint de un idílico oasis en medio del desierto, las fotografías de inmediato hicieron que lo incluyera en mi itinerario.
El sábado 17 de noviembre me dirigía pues desde el parque nacional Paracas hacia la Huacachina, después de un buen descanso en el “Backpackers” de Paracas, un hostel cuyo propietario Alberto se esmera en mantener muy limpio y quien se encuentra siempre dispuesto a ofrecer una atención de primera. La carretera panamericana en excelente estado me condujo sin problemas a la ciudad de Ica, famosa por sus vinos y producción del famoso licor: el pisco sour. Me tomé mi tiempo en la carretera, disfrutando los paisajes entre áridos desiertos y esporádicas manchas verdes a lado y lado de la vía.
A media tarde estaba desviándome desde Ica para tomar la carretera que conducía a la Huacachina, a unos diez minutos de dicha ciudad.
A medida que me adentraba en el “cañón” que formaba la carretera, adornada a ambos lados por dunas crecía mi curiosidad por encontrar las verdosas aguas de la laguna, así como mi incredulidad de encontrar vegetación en medio de aquel desierto. Finalmente, después de una curva allí estaba: un cuerpo de agua rodeado de palmeras y algarrobos en medio de un árido e interminable desierto.




Oasis de la Huacachina - Cercanías de Ica (Perú)

Dice una de las leyendas que este oasis se formó con las lágrimas de una bella princesa quien llorando la muerte de su amado, un príncipe Inca se transformó en esta maravilla natural; otra clama que la princesa, huyendo de un cazador dejó caer su espejo, el cual se transformó en laguna y ella, a su vez, se transformó en una sirena que en las noches de luna (¿llena?) sale de esta laguna a cantar… Esa noche me asomé varias veces a la laguna pero no vi a ninguna princesa de exuberante belleza ni escuché ninguna canción  diferente de las de los bares de la zona (talvez no era una llena…)


Una vez instalado en un hostel de mochileros –Desert Nghts- (aclaración: utilizo la palabra “hostel” para referirme a los conocidos hostales de mochileros que ofrecen dormitorios a bajo precio para diferenciarlos de los “hostales” aquí en el Perú, que son hoteles tradicionales, pero que nada tienen que ver con los lugares frecuentados por los mochileros o “backpackers”); bueno, volviendo al cuento, una vez instalado me fui a dar un paseo por las dunas que rodean el oasis y el “shock” fue tremendo!
Lo idílico del paisaje se convirtió de repente en una pesadilla donde los protagonistas eran vehículos todoterreno, pequeños camiones adaptados para ofrecer al turista la experiencia de recorrer las dunas a toda velocidad, como en una montaña rusa; sus exostos también reconvertidos dejaban escapar sonidos ensordecedores y humo del diesel que los alimentaba… Decidí caminar en dirección norte para escapar un poco del barullo pero el olor de la planta de tratamiento de aguas negras y unas manchas intermitentes de plástico botellas, las cuales se esconden de los ojos de los turistas me lo impidieron. Entendí entonces que este es un ejemplo clásico de la incapacidad del ser humano de convivir de manera armoniosa con la naturaleza, de cómo nuestro deseo de explotar de una u otra manera los recursos (en este caso paisajístico) se traduce en una ecuación desigual cuyo precio pagaremos tarde o temprano.
No me malinterpreten, el lugar sigue siendo espectacular y la naturaleza se resiste a ceder, manteniendo este oasis –no sé cómo- en condiciones invariables, pero me lo imaginaba un poco más tranquilo. Sigue siendo uno de los sitios recomendados para visitar en el Perú!

En la noche compartí la mesa con Rebeka, una chica neozelandesa muy lista quien me impresionó  por su visión tan madura de la vida, no obstante su temprana edad (21 años) y con una pareja de EEUU y Canadá, cuyo nombre no recuerdo; a la cena se unió Sybille, de Italia y así transcurrió el tiempo hasta que era aparentemente hora de ir a descansar… Pero no fue así!
Justo cuando me disponía a entrar a mi habitación, Juan Antonio (México) y Paul (el alemán más latino que he conocido) se me acercaron a preguntar por la motocicleta y por mi experiencia, Sybille, que estaba allí también, se unió a una charla muy amena acerca de viajes y aventuras; una copa de vino fue el pretexto para alargar un poco más la conversación.
Nos ofrecimos a acompañar a Sybille hasta su hostel, a un par de cuadras del nuestro pues ella debía levantarse a las 5:30 para un tour hacia Paracas pero al llegar allí confirmamos que al ser un “Party Hostel” o un “hostal de fiesta” iba a ser muy difícil para ella conciliar el sueño. Decidimos “sacrificarnos” uniéndonos a la fiesta con un par de cervezas o “chelas” como las laman aquí…. Si no puedes contra tu enemigo, únete a él!


Sybille, Juan, Paul y Jorge!!!
Del bar de la piscina, el cual cerró a los pocos minutos después de nuestro arribo, pasamos a la discoteca, donde Juan Antonio, haciendo gala de sus capacidades de negocio y lo que sospechaba eran unas habilidades sociales excelentes, negoció nuestra entrada gratis. Poco después esas habilidades sociales de Juan se confirmaron en el transcurso de la noche, donde Juan se hizo amigo de media discoteca! Qué personaje!
Entre cerveza y cerveza, baile y baile y un coctel de pisco sour, la noche se pasó y de pronto estábamos recibiendo el amanecer al lado de las verdosas aguas de la laguna Huacachina…

Amanecer en el oasis de la Huacachina
Poco después de la once de la mañana me desperté con el ánimo de explorar un poco más del oasis, a la salida me encontré con Juan quien se había levantado un poco antes y a los pocos minutos se nos unió Sybille quien, por obvias razones, había dormido más de la cuenta y había perdido su excursión a Paracas (podía hacerla, no obstante, el día siguiente).
Un día muy relajado caminando, recorriendo los diferentes sitios de encuentro de turistas alrededor de la laguna para después, en horas de la tarde ir a las dunas a practicar –o al menos tratar de practicar- sandboarding (deslizarse en una tabla en las dunas). Al “parche” se unieron Rebeka, Jasmine (una chica danesa que más bien parecía colombiana por su aspecto físico), Sybille y Paul. Después de despedir a Juan Antonio, quien debía viajar a Cuzco, partimos con nuestras tablas al hombro hacia las dunas, las cuales probaron ser bastante duras de subir pero que en su parte alta ofrecen un majestuoso paisaje en el atardecer.

Dominio total del sandboarding!!



Al ser nuestra primera vez, no pudimos lograr las espectaculares maromas y saltos que los expertos o algunas fotos que habíamos visto muestran, pero pudimos divertirnos ensayando las diferentes formas de practicar –o de no practicar- el sandboarding. Una sesión de fotos “artísticas” donde cada uno competía por capturar el momento más espectacular del atardecer o la toma menos convencional cerraron la tarde con un hermoso poniente sobre la blanca arena del desierto peruano.











Atardecer en la Huacachina
Poco antes de nuestra experiencia con el sandboarding había visto una motocicleta con maletas, pero no pude saber a dónde se había ido pocos minutos después, me hubiera gustado hablar con el viajero pues hasta ese momento no había tenido la oportunidad de compartir con otros motociclistas en condiciones similares. En la noche decidí irme a la cama temprano, declinando la invitación de los chicos de irme a una “fiesta” en algún hostel cercano; ya había tenido suficiente la noche anterior y mi intención era aprovechar la mañana para desplazarme hacia Nazca.
La mañana siguiente, después de cargar la moto y hacer los chequeos diarios fui a comprar algo para el desayuno y de inmediato reconocí -más por su indumentaria que por otra cosa- al motociclista del día anterior; me presenté y le conté brevemente acerca de mi viaje. Era Carlos José, un portugués quien lleva viajando alrededor de tres años en su Honda 300, una moto que no había visto hasta ese momento y que se veía bastante bien. Supe que él también se dirigía hacia Nazca, sin embargo me abstuve de proponerle rodar juntos, talvez estaba siguiendo un “protocolo tácito” o existente solo en mi cabeza y esperaba que él, siendo aquel con más experiencia (y edad) me lo sugiriera. De pronto dijo “Vamoish”, con un acento que aun dejaba entrever su origen, pero que indudablemente era la invitación que esperaba!

A los cinco minutos salíamos con destino a Nazca: Carlos José en su Honda 300 (aun no se la referencia) y yo en mi Suzuki Freewind 650. Me dijo: “Si quieres ir más rápido, dale, que yo voy lento” sin embargo nunca fui más rápido que él y el viaje hasta Nazca sugirió que nuestr estilo de conducción era similar y podríamos talvez, rodar un poco más en compañía mutua.
Alguna que otra foto en el camino, una parada a llenar el tanque y luego las líneas y figuras de Nazca! A un lado de la carretera hay un mirador de unos veinte metros de altura que permite ver dos de las muchas figuras que siguen inquietando a expertos y no conocedores de todo el mundo. Las teorías van desde simples expresiones artísticas de antiguas culturas dirigidas a seres supremos, hasta intervenciones extraterrestres (dicen que las líneas son pistas de aterrizaje para ovnis ¿?). Un fugaz paso por las líneas pues ni estaba dispuesto a pagar los cien dólares que cuesta el sobrevuelo, arriesgando poca visibilidad y a lo mejor un recorrido demasiado rápido en manos de un piloto ahorrador de gasolina. Desde la torre pueden verse efectivamente las figuras de “el árbol” y “las manos”, aun conservadas por la sequedad y aridez que se encuentra en el ambiente.
Continuamos rodando pasando por Nazca, que como ciudad no ofrecía un atractivo mayor y decidimos continuar con destino a Cuzco, haciendo una parada esa noche en algún pueblo sobre la ruta.



Figuras de Nazca - Arbol

Figuras de Nazca - Manos



Guanacos o vicuñas salvajes camino a Puquio (Perú)



Poco antes de caer la tarde estábamos llegando a Puquio, donde no había bomberos (Carlos José también visitaba a estos amigos en su recorrido), por lo cual decidimos ir al “serenazgo” o sede de la policía comunitaria… mala suerte, el encargado no estaba y mejor hablar con el alcalde.. mala suerte, el alcalde estaba en una reunión importantísima, pero la secretaria, con un poco de desgano, de una nos dijo que ellos no tenían cómo ayudarnos. “Hablen con el cura, él tiene una casa grande de la parroquia, se llama Santa Rita, con jardines y zonas vedes y los deja acampar allá…” Para entonces Carlos ya había desistido y decidió ir a buscar un hostal, yo por mi parte me fui a Santa Rita.
Una mujer me atendió y me informó que el cura no estaba, pero que podíamos llamarle por celular para que yo le expusiese mi situación. Excelente! dije… No tan excelente, pensé después…
Después de explicarle brevemente y con mucha cortesía mi viaje y solicitarle un lugar en su jardín, el padre “Benito” al otro lado de la línea montó en cólera al otro lado de la línea, diciéndome “mire señor… no entiendo esa obsesión de ustedes por andar montados en esos aparatos cuando un hombre debe trabajar y dedicarse a cosas productivas… un hombre no debe malgastar su tiempo en cosas tan vanas… y esta iglesia no subvenciona esas actividades!”. “Gracias por su atención padre” fue mi respuesta y colgamos… o le colgué! Antes de que él siguiera con su casi inquisitoria retahíla o que yo le respondiese todo lo que ya tenía en mente. Es que con cada palabra del padre Benito, juzgando mi estilo de vida y pontificando acerca de lo que está bien o mal, confirmaba las razones por las cuales me alejo de una iglesia cuyos representantes se creen con el poder absoluto sobre la humanidad.
Pero dejo de tocar temas espinosos y vuelvo a mi narración…
Me dirigí al cuartel de la policía donde el encargado, el superior Chalcahuaza me ofreció un sitio en las oficinas del primer piso y dispuso que me prestaran un colchón para que durmiera esa noche. Después de descargar la moto y dejarla a buen resguardo, me encontré con Carlos y comimos unos emparedados de queso y unas bebidas de quinua, que desafortunadamente no le cayeron muy bien a Carlos, quien se disculpó a los pocos minutos  y partió calle abajo a paso apresurado en busca de un baño… pude ver un poco de “piel de gallina” en sus brazos mientras se despedía…
Yo aproveché para comprar un maletín (para organizar un poco mejor mi sleeping bag y unas sandalias, que habían salido mal libradas de la noche de fiesta en Huacachina. En el pequeño almacén donde me vendieron el maletín me obsequiaron un manojo de hojas de coca, para que, bebiendo una infusión a “mate de coca” pudiera calmar el soroche por la altitud a la que me exponía… a la fecha no he sentido el efecto de la altitud y las hojas reposan en mi maletín (espero que no me detengan por porte de sustancias alucinógenas!).

Cuartel de policía de Puquio



Paisajes camino a Abancay

Tanto ese día como el siguiente, nuestro recorrido transcurrió en medio de hermosos paisajes de pampas a altitudes que superaban los 4.000 msnm, adornados con lagunas, grupos de llamas, guanacos (vicuñas salvajes) y bañados por un sol resplandeciente y un cielo azul. También aprendí que algunas puertas peruanas no están diseñadas para personas cuy estatura supere los 1.60 mts, so pena de dejar una impresión en tu frente y tabique... y un poco de sangre en el dintel…

OJO con la puerta!!!!

En la tarde llegábamos a Abancay, última parada antes de Cuzco y donde podríamos descansar esa noche. Una vez identificado el cuartel de bomberos y obtenido el permiso para dormir, Carlos prefirió buscar un hostal, esta vez diciendo que debía tener acceso a internet esa noche y que nos veíamos más tarde; yo me fui a caminar por el pueblo, que turísticamente no tiene mucho qué ofrecer pero que era paso obligado en mi travesía hacia Cuzco.
Identifiqué un consultorio odontológico y decidí de una vez por todas reemplazar una amalgama que se me había caído desde Ecuador por comerme una “menta helada”… Le estaba sacando el cuerpo desde hacía días pero no quería que se convirtiera en un dolor posterior. La doctora Valeria Ayquipa Centeno - Cirujano Dentista, aparentemente se conmovió al ver que yo era viajero en moto –con poco presupuesto- y accedió a darme un servicio “por debajo del costo normal”. Me despedí con la promesa de incluirla en mi libro y escribirle algunas líneas en el futuro!
Esa noche dormí en la guardia, arrullado por el viento y la lluvia que desde las nueve de la noche y hasta la madrugada empezó a bañar Abancay.
Carlos no había aparecido la noche anterior, por lo que decidí tener todo listo temprano en caso que apareciera esa mañana. Efectivamente, poco después de las 08:00 a.m. llegó al cuartel, yo le dije que iba a lavarme los dientes y que volvía, a lo cual respondió que mejor me esperaba en la salida del pueblo, donde iba a tanquear la moto. Yo me dirigí al supuesto punto de encuentro pero no le ví… esperé unos 10 minutos y en vista que no aparecía me devolví un tramo, nada… Después de un rato pregunté a unas personas si habían visto a un viajero de tales características y me dijeron que si, pero hacía mucho rato, que había pasado incluso antes que yo llegara a ese sitio por primera vez y que ya debía ir “lejos”… Perdimos el rastro y yo volví a rodar solo ese día, pero sintiéndome un poco más libre que en los dos días anteriores.

Bomberos de Abancay

Una vez en la ruta, pude volver a mi ritmo de viaje, caracterizado por paradas en el camino para tomar fotos, caminatas, desvíos inesperados y charla con locales. Fueron precisamente esos desvíos no planeados los que me llevaron aquel día a encontrar dos sitios de los cuales ni siquiera sabía su existencia; La Piedra de Saywite y el cañon del rio Apurimac en Curahuasi.
La piedra de Saywite es una roca tallada en un monolito –declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO- y que a manera de maqueta representa las tres regiones (jungla, sierra y costa) donde habitaron los Incas, así como los animales asociados a cada una de esta regiones.


Piedra de Saywite
El cañón del río Apurimac me lo encontré de suerte, después de una conversación informal con unos vendedores de mazorca en la vía; está a unos 25 minutos en moto, siguiendo un desvío desde la carretera principal por un camino destapado malo, después se sube hasta unos miradores como 30 minutos para tener vistas no aptas para quien sufra de vértigo sobre un cañón que –según varios habitantes de la zona- es el segundo más profundo del mundo ¿será cierto? El pequeño desvío me tomó casi tres horas pero valió la pena!
Poco antes de desviarme, me había detenido a estirar las piernas y casualmente en el bus turístico que estaba parqueado encontré a Lieke Nijk, la chica holandesa que había conocido en Baños (Ecuador), confirmando que en este tipo de viaje uno nunca dice adiós del todo y que el camino es amplio pero no infinito. Los conductores del bus, admiradores espontáneos del loco viajero colombiano en moto me obsequiaron una bandera de Perú que inmediatamente instalé junto a la Colombiana!

Recibiendo la bandera peruana - Obsequio de unos admiradores inesperados!

Una buena mazorca con queso...





Cañón del Apurimac - Curahuasi



Paisajes llegando a Cuzco

Cuzco, mi destino aquel día y puerta a uno de los sectores con mayores tesoros arqueológicos del mundo –incluyendo Machu Picchu-, estaba solo a menos de una hora cuando me detuve a degustar un delicioso manjar blanco y yogurt, productos típicos de esta región.
Cuzco me abrió sus puertas pasadas las 4:00 p.m. Debo confesar que esperaba un pueblo algo pequeño y no una ciudad que se extiende sobre una ladera con miles viviendas de techo en teja de barro. Sus calles empedradas y fachadas rústicas, donde convergen estilos arquitectónicos de la cultura Inca, colonial española y modernista, se traducen en un viaje a través del tiempo que te atrapa. 

Por fin.. Cuzco!
A medida que avanzaba lentamente buscando un hospedaje, me deleitaba contemplando los muros incaicos que sobreviven al paso del tiempo; decidí mejor estacionar la moto en la calle y salir a buscar un sitio donde dormir, puesto que los bomberos quedaban alejados de la zona céntrica y yo quería estar cerca de ese “hervidero” histórico. Me recomendaron el “Point Hostel” por estar bien ubicado y tener sitio para guardar la moto y allí me dirigí. La subida de la moto fue un poco “azarosa” pues los escalones que separan la entrada de la calle suponen una diferencia de nivel de unos 60 centímetros y deben ser superados usando un atabla a manera de rampa. “Es resistente?” pregunté… “Si claro!!” respondieron y como la indecisión es origen de desaciertos, me lancé! Solo debía mantener el timón recto y acelerar a fondo! Una vez que la llanta delantera tocó el piso firme del umbral, solo la trasera se apoyaba sobre la tabla y como es la llanta trasera la que proporciona tracción y la tabla estaba suelta, ésta salió despedida hacia atrás y yo quedé sin soporte alguno, o mejor dicho, con la mitad de la moto adentro y la mitad (la más pesada) afuera y el cárter de la moto apoyado en un pequeño muro en el umbral… Kun, el administrador del hostel estaba allí y acató sostener inmediatamente a la moto, evitando que yo me fuera hacia atrás, después de unos empujones que requirieron probablemente más fuerza de la que él sabía que tenía, la llanta trasera por fin tocó piso firme y pude acceder al interior… sudé frio!
El Point Hostel (Calle Mesón de la Estrella) es punto de encuentro de viajeros de muchas nacionalidades que buscan un lugar central, limpio y cómodo con buenas instalaciones y excelente señal de internet WiFi (tienen tres puntos de acceso que cubren todo el hostel), además de computadores disponibles para sus huéspedes. Además, su administrador Kun y su dueño Ben son excelentes tipos que están dispuestos a ayudar en cualquier cosa! Recomendado…

Que tal? Con "golipSa" incluida!!
Esa noche, así como todo el día siguiente las dediqué a un minucioso recorrido por las calles y vericuetos de Cuzco, esto incluyó monumentos históricos, vericuetos, pasadizos que escapan a la mirada no curiosa del turista, mercados callejeros, etc. Y es que detrás de cada rincón, Cuzco ofrece sorpresas inimaginables! Una fachada desprovista de gracias y con sus puertas en estado deplorable puede ser la antesala a una vecindad donde hay restaurantes locales (no lo que aparecen en las guías turísticas, sino los del “menú típico”), patios rodeados de hermosos balcones y de pisos empedrados de asombroso diseño.
En muchos sitios pueden verse los cimientos originales de las casas, consistentes en piedras delicadamente trabajadas por los Incas antes de la llegada de los españoles, pueden verse también los sistemas de drenaje originales y canales de esa época, sugiriendo un avanzado diseño y concepción urbanística pocas veces visto en culturas precolombinas. Estos cimientos muchas veces se prolongan y emergen del nivel de la calle actual, sobre ellos, los españoles continuaron los muros de las edificaciones coloniales que hoy dominan la ciudad de Cuzco.
Mientras recorría esas calles y aun mientras escribo estas líneas, no dejo de preguntarme qué tipo de técnica utilizaban estos “artesanos” de la piedra para cortar, pulir y encajar de manera tan perfecta las unidades que componen dichos muros.




Diversas muestras de trabajo en piedra en Cuzco
No soy muy amigo de visitar los museos simplemente porque la guía los recomienda, pero el museo-convento de Santo Domingo es un punto obligado en el paso por Cuzco. Este convento fue construido sobre el antiguo Templo del Sol (Qoricancha) y sus ruinas aun pueden observarse bajo y entre las estructuras coloniales desarrolladas por los españoles. Contiene probablemente el mejor y más detallado trabajo en piedra hecho por los Incas, incluyendo un muro curvo en el extremo oeste. Fue allí, durante el recorrido por el museo donde conocí a Julie y Maica, dos chicas estadounidenses con perfecto manejo del idioma español y con un acento que dejaba ver una larga estadía en España, lugar donde aprendieron nuestra lengua. Un par de frases fueron suficientes para romper el hielo y dado que Maica tenía una cita con un chico español, Julie y yo decidimos ir a explorar un mercado local (más parecido a una galería en Colombia o plaza), quedando con Maica para más tarde en un bar cercano a la Plaza de Armas.
La cita de Maica nunca llegó y cuando la encontramos en el bar ya tenía un par de cervezas en  su haber; la velada transcurrió hablando de culturas locales y extranjeras, de la estupidez del género masculino ante la genialidad del femenino y de muchas otras cosas más. Nos despedimos ya avanzada la noche intercambiando nuestros datos de Facebook y correos electrónicos.







Santo Domingo o Qoriconcha - Cuzco


En la galeria!! o mercado mas bien...

Tuareg hace presencia en Cuzco!




Julie y Maica en Cuzco



Esa noche me fui a la cama con la sensación de estar ya, sin escapatoria, atrapado por todo aquello que representa la cultura Inca… sus majestuosas construcciones, su planificación urbana, su desarrollo ingenieril geotécnico e hidráulico… el día siguiente tendría mi primer encuentro con uno de los íconos de esta asombrosa cultura: las ruinas de Sacsayhuaman.