Hola a todos! Una nueva entrada en este blog, no sin antes ofrecer disculpas por no sincronizar mis historias con el momento exacto en que las escribo... Un poco por falta de tiempo y otro poco tratando de encontrar siempre el espacio y estado de ánimo apropiados para escribir. No obstante, pueden estar seguros que estas historias en algún momento estarán de acuerdo con mis vivencias actuales.
Tómense su tiempo para leerlas y saborearlas... no hace falta que las lean de corrido; si se hace un poco extensa, dejen algo para la noche siguiente, como un postre... disfruten de la misma manera que yo disfruto compartirlas con Ustedes...
Continuemos con la historia...
Me dirigí hacia Tolhuin, a
unos 100 kilómetros de Ushuaia donde había acordado encontrarme con Mike, para
continuar después el recorrido de regreso por Tierra del Fuego juntos; él, a su
vez, se había unido al tour para visitar el parque de pingüinos pero mi
presupuesto no daba en ese momento para tal paseo.
Me preguntaba, no obstante,
cuál sería la mejor manera –y la más económica- para visitar algún parque de
esos y poder ver de cerca aquellos habitantes sureños, tan famosos y que hasta
entonces sólo había visto en postales y documentales de televisión.
Partí poco después de mediodía
e hice el recorrido sin afán, viendo el paisaje de vuelta con ojos diferentes:
sin la ansiedad de llegar a un destino desconocido, sino deshaciendo el camino
y disfrutando de la óptica que siempre da el viaje de regreso. A mi llegada al
camping de Roberto (nuevamente) aproveché para instalar el guardafango trasero
de la moto que, en una de aquellos caminos rizados, se había soltado; por
fortuna, Roberto tenía una especie de “ferretería” en uno de tantos espacios
del camping, con toda clase de herramientas, tornillos, arandelas y demás
pendejadas que uno podría llegar a necesitar en algún momento de su vida (pero
sabemos que el 99% de ellas nunca se utilizarán), así que allí pude desvararme.
La noche fue un poco más fría
debido a los vientos que ya para esa época empezaban a arreciar y a la
despedida del verano, sin embargo, ello no fue obstáculo para partir temprano
al otro día, ya en compañía de Mike. El plan era cubrir juntos el trayecto de
retorno hasta la frontera entre Argentina y Chile en San Sebastián, de allí en
adelante yo seguiría mi camino por el tramo Chileno de Tierra del Fuego,
mientras que Mike se dirigiría a Buenos Aires donde tomaría el avión de regreso
a Canadá. Su moto, iría embarcada y tardaría un par de meses más.
Después de rodar con Richi por
unos días y habernos llevado tan bien, sentíamos que le faltaba la “tercera
rueda” al triciclo, pero deberíamos acostumbrarnos rápidamente porque en breve
estaríamos rodando en solitario. Tras cruzar la frontera y estando del lado
Chileno nuevamente, llegó el momento de decir adiós a Mike; él se había
mostrado reacio a mi plan de detenernos en medio del camino y había querido
despedirse de una vez en la frontera, según el, para obviar el problema de
quitarse los cascos y toda la parafernalia cuando uno apaga motores, pero yo
insistí en que debía ser una despedida con todas las de la ley! Cuando llegamos
a la intersección donde debíamos detenernos y tras habernos despojado de los
cascos, pude percibir cierta turbación en Mike… efectivamente, al momento de
despedirnos, sus ojos brillaban extrañamente debido a la presencia de
incipientes lágrimas que no corrieron, pero que estaban allí presentes como
testigo de la pena al decir adiós a un hermano del camino. Muy emotiva la
despedida de aquel canadiense que, tras su apariencia dura, de larga barba y
cabeza rapada, escondía a un hombre sensible y amable… como siempre, las
apariencias engañan!
A través de un correo
posteriormente recibido, pude saber que tal estado de ánimo por parte de Mike
obedecía a su anterior episodio cardiaco –ya mencionado-… nuevamente, tenemos
que esperar que la oscuridad de la noche haga abrir nuestros ojos? O deberíamos
mejor abrirlos permanentemente y a voluntad propia?
Mike rumbo al norte; yo continuaría mi travesía en Tierra del Fuego |
Las carreteras chilenas en
Tierra del Fuego, si bien faltas de asfalto, están bien conservadas y la
calamina es poco frecuente; ello me permitía mantener velocidades constantes de
unos 50-60 km/h y disfrutar de los paisajes, además, el tráfico era casi
inexistente y ello le daba un toque especial al recorrido. El mapa me sugería
como destino aquella tarde el sector del Valle de los Castores y los
alrededores de Laguna Blanca, hacia allá me dirigí.
Antes de hacer la tarde estaba
rodeando Laguna Blanca y pude divisar una pequeña cabaña abandonada y a su
alrededor un campo con árboles que podrían servir de protección del viento, una
vez armada mi carpa. Al llegar, pregunté a unas personas estaban extrayendo
agua del arroyo si era posible acampar en aquel sitio ya quién debía
solicitarse el permiso. Con sorpresa de mi parte, uno de ellos –Nicki- se
identificó como el propietario de esas tierras y me dijo que sin problema podía
pasar la noche allí; al rato se unieron al grupo dos entusiastas más –Claudio y
Mirko, familiares de Nicki- que no paraban de hacer bromas y que me acogieron
amablemente en su grupo. Al poco rato, estaba invitado a cenar en casa de Nicki,
en compañía de todo el grupo.
Un sitio para pasar la noche en Laguna Blanca - Tierra del Fuego Chilena |
Nicki, Caludio y Mirko son
miembros de una familia de ascendencia europea que, hace muchos años, emigró a
Suramérica estableciéndose en la Patagonia Chilena; ahora, grandes extensiones
de tierra son de su propiedad y las aprovechan mediante actividades
agropecuarias.
Sin embargo, ellos no viven
allí… Nicki solo va unas pocas veces al año a marcar el ganado por temporadas,
Mirko y Claudio dividen su tiempo entre la Patagonia y la capital, donde tienen
su trabajo pero en aquel momento estaban de vacaciones en Tierra del Fuego… la
casualidad hizo que justo ese día les encontrara allí. Por qué me extiendo
tanto en el detalle de quiénes son estos personajes y qué hacen? Porque es clave
para mi historia enfatizar en cómo aquellas “casualidades” del destino
confabulan y pueden alterar nuestros planes.. ya me explicaré…
La vida está hecha de pequeños
instantes que, sumados dan como resultado lo que somos y vivimos ahora. Un
minuto o un segundo pueden hacer la diferencia, incluso décimas de segundo
pueden significar éxito o fracaso... es lo que llamamos “estar en el momento
correcto en el lugar correcto”. Yo estaba en ese momento en el lugar y momentos
correctos cuando conocí a Mirko y a Claudio… Ellos estaban hospedados en el
club de pesca y me invitaron a pasar la noche allí, con lo que tendría una cama
cómoda y un baño caliente a diferencia de la carpa y un baño en las ya gélidas
aguas del arroyo.
Con Nicki, Claudio y Mirko (de pié izq. a der.) |
La mañana siguiente ellos
manifestaron tener que ir al puesto de policía pues era la única parte donde
podrían realizar una llamada desde su celular, yo me les uní y una vez allá
aproveché para revisar mi correo electrónico. Allí estaba el mensaje de Juan
Carlos; me decía que se requería una persona para unirse a la tripulación del
crucero Le Boreal, que partiría hacia Antártida el lunes siguiente y del cual
él sería Jefe de Excursiones. No era algo fijo, yo debería pasar por un proceso
y entrevista, pero por el momento debía enviar mi CV al Director de Crucero… en
menos de lo que canta un gallo, estaba yo contactando a quien tuviese una copia
de mi CV en Colombia para que lo enviase de inmediato (Quién iba a pensar que
iba a necesitar mi CV en el viaje? Pues yo no… y por supuesto, no tenía una
copia conmigo!).
Con Mirko y Claudio en la estación de policía (en medio de la nada!) |
Sin dudarlo, decidí partir
hacia la ciudad más cercana, donde pudiera establecerme por un par de días con
acceso permanente a internet. Esa ciudad resultó ser Rio Grande, en territorio
argentino, a un día de camino y en territorio argentino… era una apuesta
incierta pero yo tenía la corazonada que las cosas iban a resultar bien…
Para llegar lo más pronto
posible decidí tomar la ruta Y-769 (que en Argentina se convertiría en la Ruta
B) y cruzar la frontera por el paso del río Bella Vista, el único problema es
que no existe puente sobre ese río y el paso sería atravesándolo en la moto,
una maniobra –según los locales- difícil pero no imposible.
En un par de horas y después
de pasar el control chileno estaba allí, frente al río…la verdad, no se veía
muy caudaloso pero si era un tramo ancho y el lecho de piedras sueltas era
engañoso. Un reconocimiento antes de cruzar no ayudó mucho pues no se veía
mayor cosa desde la orilla… imposible no era, pero que tal si… se apagaba la moto?
El agua me arrastraba? Alguna piedra se interponía y me hacía perder el
equilibrio?... Cientos de interrogantes que se resumen en una sola cosa: el
miedo a lo desconocido. Yo ya lo había sentido antes y sabía que la única
opción era enfrentarlo, avanzar… como en la película “Retroceder nunca…
Rendirse Jamás”.
Ya unos kilómetros atrás
alguien me había “tranquilizado” diciéndome que si tenía problemas podría
caminar unos cientos de metros hasta el control argentino y pedir ayuda, que
ellos tenían una cuatrimoto que me podía sacar si me caía… Ja! Si yo caía, con
lo pesada que estaba la moto y mientras iba por ayuda, para el regreso no
habría que recoger!
Pasar? No pasar?.. He ahí el dilema |
Medí mentalmente la distancia:
unos 30 metros hasta la otra orilla; mi idea era atravesar un poco en diagonal
(lo cual aumentaba un poco la distancia) y en sentido aguas arriba para evitar
el empuje lateral, prendí la moto y aceleré a fondo solo para probar que no
estaba fallando (yo sabía que no fallaba pero por si acaso!), enfrenté la moto
con la línea prevista a seguir… La profundidad era de unos 40 centímetros ya a
pocos metros de la orilla y calculaba que en el centro sería mayor, cuanto? No
lo sabía… En retrospectiva, creo que debí haberme quitado las botas y pantalón
y haber caminado antes de aventurarme, pero una voz dentro me decía que todo
iba a estar bien…
Me dije: “al mal paso, dale
prisa”, respiré hondo, apreté el embrague, puse primera y aceleré a fondo. Los
primeros metros fueron confusos; piedras en el camino, motor revolucionado,
humo o más bien vapor por el contacto del motor caliente con el agua, una
estela proveniente de la rueda delantera me mojaba hasta los muslos… en
determinado momento tuve que bajar los pies para ayudar al equilibrio, todo por
debajo de los muslos estaba completamente mojado pero mi principal objetivo no
era permanecer seco sino pasar al otro lado.
En el centro del cauce la
profundidad se hizo un poco mayor, talvez llegó a 60 centímetros pero la
sensación era más impresionante con la moto en movimiento, yo seguía luchando
“contra la corriente” con el acelerador casi a fondo y ayudándome con las
piernas; aquí ya podía sentir el empuje que, en el último tercio del recorrido
ya había prácticamente virado la dirección, ahora me encontraba conduciendo
perpendicular al curso del río. Ya sentía que estaba al otro lado, podía hasta
sentir el olor a churrasco argentino! Jajaja… de repente una piedra, un poco
más grande que las demás y que no estaba en los planes causó un súbito giro del
manillar, instintivamente aceleré a fondo y tiré el cuerpo hacia el otro lado,
la moto se enderezó y el acelerón fue suficiente para llegar a la otra orilla.
Con las piernas completamente
mojadas, las botas escurriendo agua por todo sus orificios y adrenalina
corriendo por todo mi cuerpo, estaba ya en suelo argentino… debo reconocer que
las piernas me temblaban un poco, no sé si de la fuerza o del susto por la casi
caída, pero eso era ya parte del pasado. Como muchos otros obstáculos que había
encontrado, el río había quedado atrás.
Si tuviera que cruzar este río
u otro de nuevo, me tomaría un poco más de tiempo para evaluar la situación, me
quitaría todo el calzado pantalones y cruzaría primero a pié, removería todas
las maletas y peso innecesario de la moto y lo pasaría a pie y luego, con la
moto descargada hubiera cruzado... talvez hubiera sido un poco más fácil, pero
entonces la historia no habría sido tan dramática y esta entrada del blog no
los habría hecho sufrir… jejeje…
Llegué a Río Grande al
finalizar la tarde y me ubiqué en una de las estaciones de servicio YPF con
señal WiFi; en Argentina y Chile las estaciones de combustible son más que eso
y ofrecen tiendas cómodas, con baños y servicios (incluyendo WiFi gratis) para
los usuarios. Después de una consultas descubrí que el camping municipal había
cerrado pero que su antiguo administrador, Willie, tenía ahora un hostal para
ciclistas y motociclistas llamado Ruta 40 y hacia allá me dirigí.
En el Hostel Ruta 40 - Río Grande en compañía de Willie (en el medio) y Claudio |
Willie haciendo el asado! |
Los buses convertidos a "carro-casas" son muy comunes en Argentina. Este pertenece a Claudio y solo espera el tiempo de sus propietarios para partir hacia rumbos desconocidos! |
Debo decir que Willie
(Guillermo) no solamente me abrió las puertas de su hostal sino que me ofreció
su amistad y me atendió de una manera que supera toda condición; para mí, la
estadía en Río Grande en su casa fue más que un simple paso transitorio, la
oportunidad de compartir con otro viajero y soñador de corazón un par de días
muy especiales... Gracias Willie por tu atención y sobre todo por tu amistad!
Diciendo "hasta pronto" a Willie y a unos maravillosos días en Río Grande |
El jueves estaba recibiendo un
correo del Director de Crucero Le Boreal, donde me informaba que la decisión de
embarcarme sería de último minuto y dependería del Gerente de hotelería del
crucero, ellos llegarían a Ushuaia el domingo y solo hasta entonces se tomaría
la decisión. Yo, no obstante decidí adelantarme y jugar mu última carta
viajando nuevamente hasta Ushuaia… era otra apuesta aventurada pero que, si
resultaba, me embarcaría hacia el llamado “Séptimo Continente”. El sábado
estaba con maletas listas y diciendo hasta pronto a Willie; si todo salía bien,
nos veríamos nuevamente en un par de semanas y yo traería nuevas historias del
otro continente polar.
Parada en la panadería de Tolhuin - Enrique, su propietario prueba la Freewind... |
Deshice los más de 200
kilómetros hasta Ushuaia en una jornada tranquila, con parada en Tolhuin y
deleitándome nuevamente con los paisajes del lago Fagnano, trayecto que hacía
ya por tercera vez. Me instalé nuevamente en el camping “Pista del Andino”,
solo que para ese entonces ya las montañas mostraban un poco de nieve y el frio
se hacía sentir más! Mi única preocupación era que, si el viaje a Antártida
resultaba, a mi regreso las carreteras podrían tener ya un poco de nieve; pero
ya había tiempo de pensar en ello en próximos días, si es que había nieve. Decidí,
como muchas otras veces. Dejar de crearme problemas y preocupaciones
imaginarias…
Nuevamente rumbo a Ushuaia |
Ushuaia ahora me recibía con picos nevados y algo más de frio.. |
Atardecer desde la Pista del Andino |
El lunes 18 de febrero, poco
después de las 09:00 estaba entrevistándome con el Gerente de Hotelería a bordo
del Le Boreal quien, solo para estar seguro de mi decisión, casi que trató de
convencerme de que no tomara el trabajo pues eran jornadas extenuantes y un
trabajo al cual probablemente no estaría acostumbrado: lavar platos. Ya la moto había quedado a buen resguardo en el camping (gracias a Alberto) y si todo salía bien solo la volvería a ver un par de semanas más tarde.
Puerto de atraque - El LeBoreal (izq.) me esperba |
Malvinas en conflicto.. una historia de nunca acabar |
El trato era simple: Tres
turnos diarios lavando platos entre los cuales podría descansar y salir –de
manera programada- en botes zodiac a visitar “tierra” y hacer excursiones. Si
contaba con suerte, vería exactamente lo mismo que los turistas!
Yo si estaba acostumbrado a
lavar platos! Claro! Los de la casa y después de alguna cena familiar… obviamente,
a bordo de un crucero con cientos de pasajeros la historia sería diferente…
Además yo ya estaba más que decidido a realizar cualquier trabajo a bordo, por
duro que fuera, solo para visitar Antártida. Al terminar la entrevista, tenía
yo trabajo a bordo del crucero Le Boreal de la compañía DuPonant, con el nada
envidiable cargo de “ Kitchen Utility”, o sea “Lavaplatos/Todero”.
Después del mediodía y antes
del embarque de pasajeros hice un recorrido por todas las áreas de la nave,
áreas que probablemente no vería una vez zarpáramos pues eran de uso exclusivo
de pasajeros; bar, restaurante, spa, habitaciones y demás, todo lo necesario
para satisfacer las necesidades de aquellos pasajeros que se embarcarían por la
módica suma de entre 7.000 y 12.00 Euros!
Esta NO era mi habitación propiamente! |
Una de las suites a bordo del LeBoreal |
Me fue asignada una litera en
una pequeña habitación que compartiría con otros 3 tripulantes Filipinos y poco
después de recibir mi uniforme completo estaba haciendo mi debut en la cocina
principal.
Los dos primeros días de
navegación, saliendo del canal Beagle y en mar abierto por el Paso Drake (Mar
de Drake) fueron los más duros, pues un atormenta dificultaba la navegación y
la nave se veía sometida el embate de olas de más de 12 metros; el puente de
mando, ubicado 14 metros por encima de la línea de flotación se veía
constantemente azotado por fuertes olas que amenazaban con dar vuelta al barco
( o por lo menos eso llegué a pensar!). En la cocina todo era caos, con
periódicas caídas de cuanta cosa no estuviera asegurada –platos mayormente-
ante el vaivén del barco. Para mi sorpresa, no sufrí de mareo; solo una vez
sentí que todo daba vueltas pero traté de mantenerme ocupado y, mientras
cantaba a todo pulmón y mis cantos eran apagados por el infernal ruido de la
máquina lavaplatos y el barullo de la cocina, mi mente se disipaba.
El pasaje de Drake es un
cuerpo de agua entre la punta austral de Suramérica en Cabo de Hornos y las
Islas Shetland en la Antártida y lleva este nombre en honor a Sir Francis
Drake, quien lo atravesó por primera vez
en el Siglo XVI a bordo de la única nave remanente en su flota. La
ausencia de tierra en este pasaje es clave para el flujo de la corriente
circunpolar Antártida, que lleva grandes cantidades de agua manteniendo
estables las temperaturas y vida marina en el sur.
En el Séptimo Continente! |
El segundo día divisamos el
primer iceberg que, para mí, marcaba simbólicamente el verdadero ingreso a
territorio de Antártida, variedades de pájaros que no identificaba sobrevolaban
la nave mientras, al fondo podían verse más icebergs en un mar que ya empezaba a
tornarse calmo. Y el tercer día, anclamos en el primer punto! Nada más salir a
cubierta y ver por vez primera al blanco cegador de la nieve albiazul es una
experiencia conmovedora, impactante y abrumadora. Todas aquellas cosas eran,
hasta ese momento, imágenes en un computador, documentales de televisión o
artículos en alguna revista especializada; pero ahora estaban frente a mi! Y en
pocas horas tendría oportunidad de hacer mi primer desembarco y pisar
territorio Antártico.
Mi horario de trabajo era de 06:00
a 10:00 para el desayuno, de 12:00 a 16:00 para almuerzo y de 19:00 a 23:00
para la cena; en los espacios intermedios debería descansar, alimentarme y, por
supuesto salir a tierra o en alguna excursión de zodiac. Esto me daba unas 12
horas de trabajo y, siendo realista, de acuerdo con lo que otros tripulantes
decían, era imposible salir a todas las excursiones; yo, con mi fiebre de 40 y
corriendo para el deck de desembarque cada vez que terminaba uno de mis turnos,
pude salir todas las veces que hubo desembarco o salidas en zodiac.
Las palabras pueden dar una
idea muy vaga de lo que esta experiencia de pisar suelo antártico y, más que
eso, navegar en sus aguas, contemplar la diversidad de fauna, sentir la
desolación y aislamiento que produce esa blanca inmensidad… es por ello que las
imágenes que presento pueden ser más descriptivas que mi narración…
No es el Everest... |
Colonias de pingüinos Adelie -cientos de ellos- y leones marinos |
A bordo, me había encontrado
previamente con Juan Carlos, quien me recibió con un gran abrazo y los mejores
deseos para que disfrutara este “paseo”, además de desearme suerte en el
trabajito que me esperaba; la próxima vez que le vi fue en tierra, como Líder
de Expedición –trabajo que desempeñó sin tacha alguna durante toda la
excursión-.
Gracias Juan Carlos por la oportunidad!! |
El primer desembarco fue en
Gourdin Island, la isla más grande (124 ha)
en un grupo de islas y rocas en el extremo norte de la Península Antártica,
visitando el sitio conocido como Brown Bluff, con un característico risco entre
dos glaciares creado por sedimentación de cenizas en un lago glacial. Lo más
notable al descender del bote zodiac son las colonias de pingüinos Adélie, muy
común en las costas Antárticas y cuya principal característica es el anillo de
color blanco rodeando sus ojos y que con sus cómicos movimientos y juegos
hipnotizan a los turistas.
Las rocas en la Antártida son testigo de interesantes proceos geológicos y geomorfológicos |
Una plácida siesta sobre la nieve |
Esa noche estaba programada la
cena con el capitán, donde se serviría un menú especial a los pasajeros; lo que
no esperaba es que este menú trajera una cascada de platos superior a la de
todas las noches: un plato/platico/recipiente especial para cada cosa, un
cubierto diferente para cada cosa, por momentos el arrume de platos en la cocina
era caótico y el ritmo no paraba. Lo único que yo acataba pensar era: “No alimenten
más a estos pasajeros!!! Por Dios!”.
Después de la tempestad, como
todas las noches, llegaba la calma y poco después de las 23:00 podía sentarme
tranquilamente a comer uno de los deliciosos platos que, haciendo parte del
menú, no se habían servido y quedaban a disposición de la tripulación! Qué
delicia!
El día siguiente visitamos la
bahía Wilhemina y la Isla Cuverville, para luego partir hacia Port Lockroy (con
la estación postal más austral del mundo en una base inglesa) en la Isla
Goudier. Aquel día, mientras me encontraba descargando botellas de agua en
cubierta, como apoyo a otros miembros de la tripulación, pudimos ver un grupo
de ballenas yubarta acompañando el barco y mostrándose amablemente a sus
visitantes. Pero el espectáculo más bello, por el entorno de glaciares, témpanos
y fauna que nos acompañó, nos fue ofrecido en Neko Bay, donde además de
leopardos marinos, pingüinos y otras especies de focas, parejas de ballenas
yubartas (madre y cría) nos acompañaron por un largo rato mostrándose amigables
y exhibiendo sus hermosas “colas” acompasadamente a medida que avanzábamos en
los pequeños botes zodiac. Fue una experiencia maravillosa ver cómo aquellos
mamíferos gigantes se desplazaban al lado de nuestro diminuto bote, con una
gracia envidiable y recordándonos la inocencia y despreocupación hacia
nosotros, los muchas veces mayores depredadores del planeta.
Después de cada salida, bien
fuera a tierra o en paseos a bordo de los botes zodiac, retornaba a la realidad
de mis turnos tras el lava-vajillas. En mi caso, eran once días de arduo
trabajo en jornadas extenuantes que, una vez de regreso a Ushuaia, terminarían,
Pero la otra cara de la moneda eran los tripulantes con contratos fijos de un
año –en su mayoría Filipinos-, que debían ejercer su labor, con el desgaste
físico y la monotonía que este tipo de trabajo representa (recordemos que hablo
de lavar platos durante doce horas diarias). A veces, el esfuerzo físico es tal
que los músculos de la espalda se engarrotan y, de no tener cuidados básicos podrían
generar lesiones y traumas. Esa realidad del tripulante Filipino que se embarca
durante años, sacrificando la compañía de sus seres queridos, trabajando
arduamente y –a veces- poniendo en riesgo su salud, todo para regresar algún
día a su país a comprar una vivienda donde albergar al resto de su familia,
contrasta con el lujo y opulencia que se vive en las zonas de pasajeros.
Existe une diferencia entre
las tareas que desarrolla la tripulación, siendo las más arduas y extenuantes
aquellas de limpieza (yo estaba en el nivel más bajo de la pirámide), pero pude
notar en todos los tripulantes una dosis de sacrificio por la labor realizada.
Trabé buena amistad con los
otros ayudantes de cocina y con los cocineros (uno de ellos era hasta peluquero
y aproveché para hacerme un corte, que ya necesitaba!), las relaciones con el
resto de la tripulación fueron muy buenas y pude observar que a pesar de la
jerarquía que cada rango impone durante el trabajo, fuera de éste, las personas
son tratadas sin discriminación de raza, nacionalidad o rango: la tripulación
es como una familia en la que todos saben del nivel de sacrificio que cada
labor supone y así mismo se respeta.
Ballenas yubarta haciendo su aparición en compañía de sus crías |
Qué cola!! |
Yubartas nadando junto a nuestro zodiac, solo a pocos metros... |
Hubo tiempo hasta para un buen
chapuzón en las gélidas aguas Antárticas, en la zona conocida como “Whalers”
(Balleneros – por ser una antigua estación ballenera) en la Isla Deception. La
recomendación era no sumergir la cabeza para evitar enfermarse después (supongo
que por lo menos una fuerte gripe pesca quien lo haga!); muy pocos se
aventuraron y de ellos, la gran mayoría, al sentir las punzadas que como miles
de agujas sientes en los pies tan pronto se entra en el agua, desisten o entran
hasta la cintura; yo me arriesgué un poquitín más y me sumergí hasta el cuello,
Después de unos segundos estaba un poco más aclimatado o talvez el intenso frío
simplemente entumeció mi cuerpo y por ello no sentía tanto frío… supongo que
fue lo segundo porque después de salir y cuando me secaba, no podía sentir la
toalla sobre mi piel; la sensación seguida, unos minutos después, cuando la circulación
se reactivó y mi cuerpo se empezó a calentar nuevamente no fue agradable:
sentía cómo miles, millones de agujas se clavaban en todo mi cuerpo sobre todo
en la base de las uñas. El malestar solo duró unos pocos segundos pero aquel
despertar de mi cuerpo es una sensación que no olvidaré!
Un chapuzón? Solo estábamos a UN grado centígrado!! |
Restos de la estación Whalers, destruida por la erupción de un volcán |
Pingüino de barbillo; se diferencia del Adelie por sus ojos y barbilla |
Después de diez días en aguas
Antárticas estábamos regresando al continente; esta vez, el pasaje de Drake
estaba calmo y pude contemplar con
tranquilidad la entrada al canal Beagle y deleitarme con el paisaje ya
silvestre y el verdor de las tierras patagónicas antes de arribar a Uahuaia.
Atrás quedaban las blancas montañas, los albatros gigantes, los pingüinos y
ballenas y las frías noches en cubierta contemplando un infinito cielo
estrellado que permanecerá en mi retina por el resto de mis días.
Allá estuve!!! |
La belleza y las sonrisas lindas nunca faltaron a bordo! |
De nuevo en el continente |
Néstor, de Chile; incansable trabajador y mi comañero en la cocina del LeBoreal |
Mis compañeros de camarote. Buena gente Filipina! |
Con Enora y Fred; Dirección de crucero. |
Buenos Aires.. allá voy! |
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