domingo, 16 de junio de 2013

Antártida... El séptimo continente!



Hola a todos! Una nueva entrada en este blog, no sin antes ofrecer disculpas por no sincronizar mis historias con el momento exacto en que las escribo... Un poco por falta de tiempo y otro poco tratando de encontrar siempre el espacio y estado de ánimo apropiados para escribir. No obstante, pueden estar seguros que estas historias en algún momento estarán de acuerdo con mis vivencias actuales.
Tómense su tiempo para leerlas y saborearlas... no hace falta que las lean de corrido; si se hace un poco extensa, dejen algo para la noche siguiente, como un postre... disfruten de la misma manera que yo disfruto compartirlas con Ustedes...

Continuemos con la historia...

Me dirigí hacia Tolhuin, a unos 100 kilómetros de Ushuaia donde había acordado encontrarme con Mike, para continuar después el recorrido de regreso por Tierra del Fuego juntos; él, a su vez, se había unido al tour para visitar el parque de pingüinos pero mi presupuesto no daba en ese momento para tal paseo.
Me preguntaba, no obstante, cuál sería la mejor manera –y la más económica- para visitar algún parque de esos y poder ver de cerca aquellos habitantes sureños, tan famosos y que hasta entonces sólo había visto en postales y documentales de televisión.

Partí poco después de mediodía e hice el recorrido sin afán, viendo el paisaje de vuelta con ojos diferentes: sin la ansiedad de llegar a un destino desconocido, sino deshaciendo el camino y disfrutando de la óptica que siempre da el viaje de regreso. A mi llegada al camping de Roberto (nuevamente) aproveché para instalar el guardafango trasero de la moto que, en una de aquellos caminos rizados, se había soltado; por fortuna, Roberto tenía una especie de “ferretería” en uno de tantos espacios del camping, con toda clase de herramientas, tornillos, arandelas y demás pendejadas que uno podría llegar a necesitar en algún momento de su vida (pero sabemos que el 99% de ellas nunca se utilizarán), así que allí pude desvararme.

La noche fue un poco más fría debido a los vientos que ya para esa época empezaban a arreciar y a la despedida del verano, sin embargo, ello no fue obstáculo para partir temprano al otro día, ya en compañía de Mike. El plan era cubrir juntos el trayecto de retorno hasta la frontera entre Argentina y Chile en San Sebastián, de allí en adelante yo seguiría mi camino por el tramo Chileno de Tierra del Fuego, mientras que Mike se dirigiría a Buenos Aires donde tomaría el avión de regreso a Canadá. Su moto, iría embarcada y tardaría un par de meses más.

Después de rodar con Richi por unos días y habernos llevado tan bien, sentíamos que le faltaba la “tercera rueda” al triciclo, pero deberíamos acostumbrarnos rápidamente porque en breve estaríamos rodando en solitario. Tras cruzar la frontera y estando del lado Chileno nuevamente, llegó el momento de decir adiós a Mike; él se había mostrado reacio a mi plan de detenernos en medio del camino y había querido despedirse de una vez en la frontera, según el, para obviar el problema de quitarse los cascos y toda la parafernalia cuando uno apaga motores, pero yo insistí en que debía ser una despedida con todas las de la ley! Cuando llegamos a la intersección donde debíamos detenernos y tras habernos despojado de los cascos, pude percibir cierta turbación en Mike… efectivamente, al momento de despedirnos, sus ojos brillaban extrañamente debido a la presencia de incipientes lágrimas que no corrieron, pero que estaban allí presentes como testigo de la pena al decir adiós a un hermano del camino. Muy emotiva la despedida de aquel canadiense que, tras su apariencia dura, de larga barba y cabeza rapada, escondía a un hombre sensible y amable… como siempre, las apariencias engañan!

A través de un correo posteriormente recibido, pude saber que tal estado de ánimo por parte de Mike obedecía a su anterior episodio cardiaco –ya mencionado-… nuevamente, tenemos que esperar que la oscuridad de la noche haga abrir nuestros ojos? O deberíamos mejor abrirlos permanentemente y a voluntad propia?

Mike rumbo al norte; yo continuaría mi travesía en Tierra del Fuego

Las carreteras chilenas en Tierra del Fuego, si bien faltas de asfalto, están bien conservadas y la calamina es poco frecuente; ello me permitía mantener velocidades constantes de unos 50-60 km/h y disfrutar de los paisajes, además, el tráfico era casi inexistente y ello le daba un toque especial al recorrido. El mapa me sugería como destino aquella tarde el sector del Valle de los Castores y los alrededores de Laguna Blanca, hacia allá me dirigí.

Antes de hacer la tarde estaba rodeando Laguna Blanca y pude divisar una pequeña cabaña abandonada y a su alrededor un campo con árboles que podrían servir de protección del viento, una vez armada mi carpa. Al llegar, pregunté a unas personas estaban extrayendo agua del arroyo si era posible acampar en aquel sitio ya quién debía solicitarse el permiso. Con sorpresa de mi parte, uno de ellos –Nicki- se identificó como el propietario de esas tierras y me dijo que sin problema podía pasar la noche allí; al rato se unieron al grupo dos entusiastas más –Claudio y Mirko, familiares de Nicki- que no paraban de hacer bromas y que me acogieron amablemente en su grupo. Al poco rato, estaba invitado a cenar en casa de Nicki, en compañía de todo el grupo.

Un sitio para pasar la noche en Laguna Blanca - Tierra del Fuego Chilena


Nicki, Caludio y Mirko son miembros de una familia de ascendencia europea que, hace muchos años, emigró a Suramérica estableciéndose en la Patagonia Chilena; ahora, grandes extensiones de tierra son de su propiedad y las aprovechan mediante actividades agropecuarias.

Sin embargo, ellos no viven allí… Nicki solo va unas pocas veces al año a marcar el ganado por temporadas, Mirko y Claudio dividen su tiempo entre la Patagonia y la capital, donde tienen su trabajo pero en aquel momento estaban de vacaciones en Tierra del Fuego… la casualidad hizo que justo ese día les encontrara allí. Por qué me extiendo tanto en el detalle de quiénes son estos personajes y qué hacen? Porque es clave para mi historia enfatizar en cómo aquellas “casualidades” del destino confabulan y pueden alterar nuestros planes.. ya me explicaré…

La vida está hecha de pequeños instantes que, sumados dan como resultado lo que somos y vivimos ahora. Un minuto o un segundo pueden hacer la diferencia, incluso décimas de segundo pueden significar éxito o fracaso... es lo que llamamos “estar en el momento correcto en el lugar correcto”. Yo estaba en ese momento en el lugar y momentos correctos cuando conocí a Mirko y a Claudio… Ellos estaban hospedados en el club de pesca y me invitaron a pasar la noche allí, con lo que tendría una cama cómoda y un baño caliente a diferencia de la carpa y un baño en las ya gélidas aguas del arroyo.
Con Nicki, Claudio y Mirko (de pié izq. a der.)


La mañana siguiente ellos manifestaron tener que ir al puesto de policía pues era la única parte donde podrían realizar una llamada desde su celular, yo me les uní y una vez allá aproveché para revisar mi correo electrónico. Allí estaba el mensaje de Juan Carlos; me decía que se requería una persona para unirse a la tripulación del crucero Le Boreal, que partiría hacia Antártida el lunes siguiente y del cual él sería Jefe de Excursiones. No era algo fijo, yo debería pasar por un proceso y entrevista, pero por el momento debía enviar mi CV al Director de Crucero… en menos de lo que canta un gallo, estaba yo contactando a quien tuviese una copia de mi CV en Colombia para que lo enviase de inmediato (Quién iba a pensar que iba a necesitar mi CV en el viaje? Pues yo no… y por supuesto, no tenía una copia conmigo!).
Con Mirko y Claudio en la estación de policía (en medio de la nada!)


Sin dudarlo, decidí partir hacia la ciudad más cercana, donde pudiera establecerme por un par de días con acceso permanente a internet. Esa ciudad resultó ser Rio Grande, en territorio argentino, a un día de camino y en territorio argentino… era una apuesta incierta pero yo tenía la corazonada que las cosas iban a resultar bien… 

Para llegar lo más pronto posible decidí tomar la ruta Y-769 (que en Argentina se convertiría en la Ruta B) y cruzar la frontera por el paso del río Bella Vista, el único problema es que no existe puente sobre ese río y el paso sería atravesándolo en la moto, una maniobra –según los locales- difícil pero no imposible. 

En un par de horas y después de pasar el control chileno estaba allí, frente al río…la verdad, no se veía muy caudaloso pero si era un tramo ancho y el lecho de piedras sueltas era engañoso. Un reconocimiento antes de cruzar no ayudó mucho pues no se veía mayor cosa desde la orilla… imposible no era, pero que tal si… se apagaba la moto? El agua me arrastraba? Alguna piedra se interponía y me hacía perder el equilibrio?... Cientos de interrogantes que se resumen en una sola cosa: el miedo a lo desconocido. Yo ya lo había sentido antes y sabía que la única opción era enfrentarlo, avanzar… como en la película “Retroceder nunca… Rendirse Jamás”.

Ya unos kilómetros atrás alguien me había “tranquilizado” diciéndome que si tenía problemas podría caminar unos cientos de metros hasta el control argentino y pedir ayuda, que ellos tenían una cuatrimoto que me podía sacar si me caía… Ja! Si yo caía, con lo pesada que estaba la moto y mientras iba por ayuda, para el regreso no habría que recoger!
Pasar? No pasar?.. He ahí el dilema


Medí mentalmente la distancia: unos 30 metros hasta la otra orilla; mi idea era atravesar un poco en diagonal (lo cual aumentaba un poco la distancia) y en sentido aguas arriba para evitar el empuje lateral, prendí la moto y aceleré a fondo solo para probar que no estaba fallando (yo sabía que no fallaba pero por si acaso!), enfrenté la moto con la línea prevista a seguir… La profundidad era de unos 40 centímetros ya a pocos metros de la orilla y calculaba que en el centro sería mayor, cuanto? No lo sabía… En retrospectiva, creo que debí haberme quitado las botas y pantalón y haber caminado antes de aventurarme, pero una voz dentro me decía que todo iba a estar bien…

Me dije: “al mal paso, dale prisa”, respiré hondo, apreté el embrague, puse primera y aceleré a fondo. Los primeros metros fueron confusos; piedras en el camino, motor revolucionado, humo o más bien vapor por el contacto del motor caliente con el agua, una estela proveniente de la rueda delantera me mojaba hasta los muslos… en determinado momento tuve que bajar los pies para ayudar al equilibrio, todo por debajo de los muslos estaba completamente mojado pero mi principal objetivo no era permanecer seco sino pasar al otro lado.

En el centro del cauce la profundidad se hizo un poco mayor, talvez llegó a 60 centímetros pero la sensación era más impresionante con la moto en movimiento, yo seguía luchando “contra la corriente” con el acelerador casi a fondo y ayudándome con las piernas; aquí ya podía sentir el empuje que, en el último tercio del recorrido ya había prácticamente virado la dirección, ahora me encontraba conduciendo perpendicular al curso del río. Ya sentía que estaba al otro lado, podía hasta sentir el olor a churrasco argentino! Jajaja… de repente una piedra, un poco más grande que las demás y que no estaba en los planes causó un súbito giro del manillar, instintivamente aceleré a fondo y tiré el cuerpo hacia el otro lado, la moto se enderezó y el acelerón fue suficiente para llegar a la otra orilla.

Con las piernas completamente mojadas, las botas escurriendo agua por todo sus orificios y adrenalina corriendo por todo mi cuerpo, estaba ya en suelo argentino… debo reconocer que las piernas me temblaban un poco, no sé si de la fuerza o del susto por la casi caída, pero eso era ya parte del pasado. Como muchos otros obstáculos que había encontrado, el río había quedado atrás.

Si tuviera que cruzar este río u otro de nuevo, me tomaría un poco más de tiempo para evaluar la situación, me quitaría todo el calzado pantalones y cruzaría primero a pié, removería todas las maletas y peso innecesario de la moto y lo pasaría a pie y luego, con la moto descargada hubiera cruzado... talvez hubiera sido un poco más fácil, pero entonces la historia no habría sido tan dramática y esta entrada del blog no los habría hecho sufrir… jejeje…

Llegué a Río Grande al finalizar la tarde y me ubiqué en una de las estaciones de servicio YPF con señal WiFi; en Argentina y Chile las estaciones de combustible son más que eso y ofrecen tiendas cómodas, con baños y servicios (incluyendo WiFi gratis) para los usuarios. Después de una consultas descubrí que el camping municipal había cerrado pero que su antiguo administrador, Willie, tenía ahora un hostal para ciclistas y motociclistas llamado Ruta 40 y hacia allá me dirigí.
En el Hostel Ruta 40 - Río Grande en compañía de Willie (en el medio) y Claudio

Willie haciendo el asado!

Los buses convertidos a "carro-casas" son muy comunes en Argentina. Este pertenece a Claudio y solo espera el tiempo de sus propietarios para partir hacia rumbos desconocidos!


Debo decir que Willie (Guillermo) no solamente me abrió las puertas de su hostal sino que me ofreció su amistad y me atendió de una manera que supera toda condición; para mí, la estadía en Río Grande en su casa fue más que un simple paso transitorio, la oportunidad de compartir con otro viajero y soñador de corazón un par de días muy especiales... Gracias Willie por tu atención y sobre todo por tu amistad!
Diciendo "hasta pronto" a Willie y a unos maravillosos días en Río Grande


El jueves estaba recibiendo un correo del Director de Crucero Le Boreal, donde me informaba que la decisión de embarcarme sería de último minuto y dependería del Gerente de hotelería del crucero, ellos llegarían a Ushuaia el domingo y solo hasta entonces se tomaría la decisión. Yo, no obstante decidí adelantarme y jugar mu última carta viajando nuevamente hasta Ushuaia… era otra apuesta aventurada pero que, si resultaba, me embarcaría hacia el llamado “Séptimo Continente”. El sábado estaba con maletas listas y diciendo hasta pronto a Willie; si todo salía bien, nos veríamos nuevamente en un par de semanas y yo traería nuevas historias del otro continente polar.
Parada en la panadería de Tolhuin - Enrique, su propietario prueba la Freewind...


Deshice los más de 200 kilómetros hasta Ushuaia en una jornada tranquila, con parada en Tolhuin y deleitándome nuevamente con los paisajes del lago Fagnano, trayecto que hacía ya por tercera vez. Me instalé nuevamente en el camping “Pista del Andino”, solo que para ese entonces ya las montañas mostraban un poco de nieve y el frio se hacía sentir más! Mi única preocupación era que, si el viaje a Antártida resultaba, a mi regreso las carreteras podrían tener ya un poco de nieve; pero ya había tiempo de pensar en ello en próximos días, si es que había nieve. Decidí, como muchas otras veces. Dejar de crearme problemas y preocupaciones imaginarias…
Nuevamente rumbo a Ushuaia

Ushuaia ahora me recibía con picos nevados y algo más de frio..

Atardecer desde la Pista del Andino


El lunes 18 de febrero, poco después de las 09:00 estaba entrevistándome con el Gerente de Hotelería a bordo del Le Boreal quien, solo para estar seguro de mi decisión, casi que trató de convencerme de que no tomara el trabajo pues eran jornadas extenuantes y un trabajo al cual probablemente no estaría acostumbrado: lavar platos. Ya la moto había quedado a buen resguardo en el camping (gracias a Alberto) y si todo salía bien solo la volvería a ver un par de semanas más tarde.
Puerto de atraque - El LeBoreal (izq.) me esperba

Malvinas en conflicto.. una historia de nunca acabar


El trato era simple: Tres turnos diarios lavando platos entre los cuales podría descansar y salir –de manera programada- en botes zodiac a visitar “tierra” y hacer excursiones. Si contaba con suerte, vería exactamente lo mismo que los turistas!

Yo si estaba acostumbrado a lavar platos! Claro! Los de la casa y después de alguna cena familiar… obviamente, a bordo de un crucero con cientos de pasajeros la historia sería diferente… Además yo ya estaba más que decidido a realizar cualquier trabajo a bordo, por duro que fuera, solo para visitar Antártida. Al terminar la entrevista, tenía yo trabajo a bordo del crucero Le Boreal de la compañía DuPonant, con el nada envidiable cargo de “ Kitchen Utility”, o sea “Lavaplatos/Todero”.

Después del mediodía y antes del embarque de pasajeros hice un recorrido por todas las áreas de la nave, áreas que probablemente no vería una vez zarpáramos pues eran de uso exclusivo de pasajeros; bar, restaurante, spa, habitaciones y demás, todo lo necesario para satisfacer las necesidades de aquellos pasajeros que se embarcarían por la módica suma de entre 7.000 y 12.00 Euros!
Esta NO era mi habitación propiamente!

Una de las suites a bordo del LeBoreal


Me fue asignada una litera en una pequeña habitación que compartiría con otros 3 tripulantes Filipinos y poco después de recibir mi uniforme completo estaba haciendo mi debut en la cocina principal.

Los dos primeros días de navegación, saliendo del canal Beagle y en mar abierto por el Paso Drake (Mar de Drake) fueron los más duros, pues un atormenta dificultaba la navegación y la nave se veía sometida el embate de olas de más de 12 metros; el puente de mando, ubicado 14 metros por encima de la línea de flotación se veía constantemente azotado por fuertes olas que amenazaban con dar vuelta al barco ( o por lo menos eso llegué a pensar!). En la cocina todo era caos, con periódicas caídas de cuanta cosa no estuviera asegurada –platos mayormente- ante el vaivén del barco. Para mi sorpresa, no sufrí de mareo; solo una vez sentí que todo daba vueltas pero traté de mantenerme ocupado y, mientras cantaba a todo pulmón y mis cantos eran apagados por el infernal ruido de la máquina lavaplatos y el barullo de la cocina, mi mente se disipaba.

El pasaje de Drake es un cuerpo de agua entre la punta austral de Suramérica en Cabo de Hornos y las Islas Shetland en la Antártida y lleva este nombre en honor a Sir Francis Drake, quien lo atravesó por primera vez  en el Siglo XVI a bordo de la única nave remanente en su flota. La ausencia de tierra en este pasaje es clave para el flujo de la corriente circunpolar Antártida, que lleva grandes cantidades de agua manteniendo estables las temperaturas y vida marina en el sur.

En el Séptimo Continente!


El segundo día divisamos el primer iceberg que, para mí, marcaba simbólicamente el verdadero ingreso a territorio de Antártida, variedades de pájaros que no identificaba sobrevolaban la nave mientras, al fondo podían verse más icebergs en un mar que ya empezaba a tornarse calmo. Y el tercer día, anclamos en el primer punto! Nada más salir a cubierta y ver por vez primera al blanco cegador de la nieve albiazul es una experiencia conmovedora, impactante y abrumadora. Todas aquellas cosas eran, hasta ese momento, imágenes en un computador, documentales de televisión o artículos en alguna revista especializada; pero ahora estaban frente a mi! Y en pocas horas tendría oportunidad de hacer mi primer desembarco y pisar territorio Antártico.



Mi horario de trabajo era de 06:00 a 10:00 para el desayuno, de 12:00 a 16:00 para almuerzo y de 19:00 a 23:00 para la cena; en los espacios intermedios debería descansar, alimentarme y, por supuesto salir a tierra o en alguna excursión de zodiac. Esto me daba unas 12 horas de trabajo y, siendo realista, de acuerdo con lo que otros tripulantes decían, era imposible salir a todas las excursiones; yo, con mi fiebre de 40 y corriendo para el deck de desembarque cada vez que terminaba uno de mis turnos, pude salir todas las veces que hubo desembarco o salidas en zodiac.
Las palabras pueden dar una idea muy vaga de lo que esta experiencia de pisar suelo antártico y, más que eso, navegar en sus aguas, contemplar la diversidad de fauna, sentir la desolación y aislamiento que produce esa blanca inmensidad… es por ello que las imágenes que presento pueden ser más descriptivas que mi narración…



No es el Everest...


Colonias de pingüinos Adelie -cientos de ellos- y leones marinos







A bordo, me había encontrado previamente con Juan Carlos, quien me recibió con un gran abrazo y los mejores deseos para que disfrutara este “paseo”, además de desearme suerte en el trabajito que me esperaba; la próxima vez que le vi fue en tierra, como Líder de Expedición –trabajo que desempeñó sin tacha alguna durante toda la excursión-.
Gracias Juan Carlos por la oportunidad!!


El primer desembarco fue en Gourdin Island,  la isla más grande (124 ha) en un grupo de islas y rocas en el extremo norte de la Península Antártica, visitando el sitio conocido como Brown Bluff, con un característico risco entre dos glaciares creado por sedimentación de cenizas en un lago glacial. Lo más notable al descender del bote zodiac son las colonias de pingüinos Adélie, muy común en las costas Antárticas y cuya principal característica es el anillo de color blanco rodeando sus ojos y que con sus cómicos movimientos y juegos hipnotizan a los turistas.




Las rocas en la Antártida son testigo de interesantes proceos geológicos y geomorfológicos


Una plácida siesta sobre la nieve






Esa noche estaba programada la cena con el capitán, donde se serviría un menú especial a los pasajeros; lo que no esperaba es que este menú trajera una cascada de platos superior a la de todas las noches: un plato/platico/recipiente especial para cada cosa, un cubierto diferente para cada cosa, por momentos el arrume de platos en la cocina era caótico y el ritmo no paraba. Lo único que yo acataba pensar era: “No alimenten más a estos pasajeros!!! Por Dios!”.
Después de la tempestad, como todas las noches, llegaba la calma y poco después de las 23:00 podía sentarme tranquilamente a comer uno de los deliciosos platos que, haciendo parte del menú, no se habían servido y quedaban a disposición de la tripulación! Qué delicia!

El día siguiente visitamos la bahía Wilhemina y la Isla Cuverville, para luego partir hacia Port Lockroy (con la estación postal más austral del mundo en una base inglesa) en la Isla Goudier. Aquel día, mientras me encontraba descargando botellas de agua en cubierta, como apoyo a otros miembros de la tripulación, pudimos ver un grupo de ballenas yubarta acompañando el barco y mostrándose amablemente a sus visitantes. Pero el espectáculo más bello, por el entorno de glaciares, témpanos y fauna que nos acompañó, nos fue ofrecido en Neko Bay, donde además de leopardos marinos, pingüinos y otras especies de focas, parejas de ballenas yubartas (madre y cría) nos acompañaron por un largo rato mostrándose amigables y exhibiendo sus hermosas “colas” acompasadamente a medida que avanzábamos en los pequeños botes zodiac. Fue una experiencia maravillosa ver cómo aquellos mamíferos gigantes se desplazaban al lado de nuestro diminuto bote, con una gracia envidiable y recordándonos la inocencia y despreocupación hacia nosotros, los muchas veces mayores depredadores del planeta.










Después de cada salida, bien fuera a tierra o en paseos a bordo de los botes zodiac, retornaba a la realidad de mis turnos tras el lava-vajillas. En mi caso, eran once días de arduo trabajo en jornadas extenuantes que, una vez de regreso a Ushuaia, terminarían, Pero la otra cara de la moneda eran los tripulantes con contratos fijos de un año –en su mayoría Filipinos-, que debían ejercer su labor, con el desgaste físico y la monotonía que este tipo de trabajo representa (recordemos que hablo de lavar platos durante doce horas diarias). A veces, el esfuerzo físico es tal que los músculos de la espalda se engarrotan y, de no tener cuidados básicos podrían generar lesiones y traumas. Esa realidad del tripulante Filipino que se embarca durante años, sacrificando la compañía de sus seres queridos, trabajando arduamente y –a veces- poniendo en riesgo su salud, todo para regresar algún día a su país a comprar una vivienda donde albergar al resto de su familia, contrasta con el lujo y opulencia que se vive en las zonas de pasajeros.






















Existe une diferencia entre las tareas que desarrolla la tripulación, siendo las más arduas y extenuantes aquellas de limpieza (yo estaba en el nivel más bajo de la pirámide), pero pude notar en todos los tripulantes una dosis de sacrificio por la labor realizada.

Trabé buena amistad con los otros ayudantes de cocina y con los cocineros (uno de ellos era hasta peluquero y aproveché para hacerme un corte, que ya necesitaba!), las relaciones con el resto de la tripulación fueron muy buenas y pude observar que a pesar de la jerarquía que cada rango impone durante el trabajo, fuera de éste, las personas son tratadas sin discriminación de raza, nacionalidad o rango: la tripulación es como una familia en la que todos saben del nivel de sacrificio que cada labor supone y así mismo se respeta.




Ballenas yubarta haciendo su aparición en compañía de sus crías

Qué cola!!

Yubartas nadando junto a nuestro zodiac, solo a pocos metros...





Hubo tiempo hasta para un buen chapuzón en las gélidas aguas Antárticas, en la zona conocida como “Whalers” (Balleneros – por ser una antigua estación ballenera) en la Isla Deception. La recomendación era no sumergir la cabeza para evitar enfermarse después (supongo que por lo menos una fuerte gripe pesca quien lo haga!); muy pocos se aventuraron y de ellos, la gran mayoría, al sentir las punzadas que como miles de agujas sientes en los pies tan pronto se entra en el agua, desisten o entran hasta la cintura; yo me arriesgué un poquitín más y me sumergí hasta el cuello, Después de unos segundos estaba un poco más aclimatado o talvez el intenso frío simplemente entumeció mi cuerpo y por ello no sentía tanto frío… supongo que fue lo segundo porque después de salir y cuando me secaba, no podía sentir la toalla sobre mi piel; la sensación seguida, unos minutos después, cuando la circulación se reactivó y mi cuerpo se empezó a calentar nuevamente no fue agradable: sentía cómo miles, millones de agujas se clavaban en todo mi cuerpo sobre todo en la base de las uñas. El malestar solo duró unos pocos segundos pero aquel despertar de mi cuerpo es una sensación que no olvidaré!

Un chapuzón? Solo estábamos a UN grado centígrado!!

Restos de la estación Whalers, destruida por la erupción de un volcán

Pingüino de barbillo; se diferencia del Adelie por sus ojos y barbilla



Después de diez días en aguas Antárticas estábamos regresando al continente; esta vez, el pasaje de Drake estaba calmo  y pude contemplar con tranquilidad la entrada al canal Beagle y deleitarme con el paisaje ya silvestre y el verdor de las tierras patagónicas antes de arribar a Uahuaia. Atrás quedaban las blancas montañas, los albatros gigantes, los pingüinos y ballenas y las frías noches en cubierta contemplando un infinito cielo estrellado que permanecerá en mi retina por el resto de mis días.
Allá estuve!!!


La belleza y las sonrisas lindas nunca faltaron a bordo!

De nuevo en el continente

Néstor, de Chile; incansable trabajador y mi comañero en la cocina del LeBoreal


Mis compañeros de camarote. Buena gente Filipina!

Con Enora y Fred; Dirección de crucero.


Buenos Aires.. allá voy!

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