El par de días que estuve en
Villa O’Higgins los dediqué a disfrutar de caminatas por los cerros y hacer
nuevos amigos de variadas nacionalidades que se daban cita en este minúsculo
paraje; mochileros, ciclistas y motociclistas de todo el mundo concurren para
marcar en su cuaderno de viajes este inhóspito paraje.
La primera noche, cuando
acompañaba a algunos de mis nuevos amigos del camping El Mosco a cenar,
identifiqué –por su casco e indumentaria polvorienta- a un motociclista en una
mesa distante. Se veía absorto en un mapa que desplegó en la mesa que tenía
delante, así que decidí no interrumpirle en ese momento y esperé hasta el final
de la cena para aproximarme.
Alexandre Munhoz –como se
llamaba el motociclista- había viajado desde Brasil hasta aquellos confines, en
su Suzuki DR650; le recomendé el camping –que también ofrecía habitaciones tipo
dormitorio- y la noche siguiente Alex era uno más del “combo” de El Mosco! Su
intención era salir al día siguiente para bordar el ferry de las 17:00 horas,
pero se le hizo tarde y resolvió pasar una noche más en Villa O’Higgins, de
esta manera, su salida y la mía quedarían para el mismo día.
“A qué velocidad viajas?” Le
pregunté… “Depende… Puede ser a unos 100 o un poco menos… en ripio, puede ser
80” Respondió Alex. A esa velocidad yo ni le iba a ver el polvo que dejaba! Así
que estaba preparado para que él tomara ventaja y a lo mejor nos veríamos en el
abordaje del ferry. Una última parada antes de salir para que Alex llenara el
tanque en la única gasolinera que hay en este pueblo.
Mala suerte para él… No había
gasolina y los últimos litros en su tanque solo le permitirían recorrer unos 40
o 50 kilómetros. Yo tenía el tanque lleno pues había utilizado parte de mi
reserva de 25 litros (recordemos que además de los 16 litros del tanque, tenía en
los recipientes o bidones que cargaba 25 litros más). Me quedaban unos 10
litros que ofrecí compartir con él tan pronto los necesitara, solo que para
ello él debía ajustarse a la velocidad a la que yo viajaba, no solo para
permanecer a mi lado, sino para mejorar el consumo de combustible en su moto.
Debió parecerle eterno el
viaje, rodando a 30-35 km/h, pero no había prisa... Solo debíamos llegar al
punto de abordaje del ferry hacia Puerto Yungay; por mucho que corriéramos, el
ferry no iba a salir antes! Adicionalmente, una mala conducción podría terminar
en pinchazo o peor aun, rajando la lllanta/cubierta trasera que ya estaba en
las últimas! Así recorrimos el tramo de casi 300 kms que separa Villa O’Higgins
del ferry, en medio los hermosos paisajes que ya conocíamos de ida. Gracias a
la calma con la que viajábamos, nos deteníamos constantemente a tomar fotos.. y
a echarle gasolina a la DR650 de Alex. Cuando ésta se quedó sin combustible
descargué los 10 litros que tenía, pero ello solo le bastaría para recorrer
unos 200 kms de los 260 que nos faltaban…
Con Alexandre recorriendo la Carretera Austral de regreso a Cochrane |
Al llegar al punto de abordaje
del ferry, aun tuvimos tiempo para descansar un rato antes de la salida. El
cruce transcurrió sin problema y llegamos a Puerto Yungay poco antes de que cayera la tarde. Alex estaba un
poco preocupado por dónde pasar la noche –pues el frío que reinaba no era
alentador para armar carpas-, pero al mencionarle el cuartel del Ejército donde
yo había pasado la noche unos días antes, quedó más tranquilo.
Nuevamente, el Comandante
Lizana nos recibió con una gran sonrisa y un café caliente; tras dejarnos
instalados partió a su dormitorio y nosotros sacamos los últimos restos de
comida que traíamos... Un poco de pasta que yo había preparado la noche
anterior, un poco de agua y un jugo de caja que Alex había comprado en el
puerto de desembarque… Esa fue nuestra cena aquella noche, poca pero suficiente
para sentir que la camaradería de dos motociclistas en aquellas alejadas rutas
supera los inconvenientes y motiva más allá de la adversidad.
Nuestros anfitriones en Puerto Yungay - Comandante Lizana del Ejército Chileno |
Alex en la Carretera Austral |
Foto obligada en este hermoso cañón cerca de Cochrane |
Partimos hacia Cochrane en el
último tramo de la ruta que nos llevaría al puesto de gasolina mas cercano. Nuevamente
sin gasolina la moto de Alex, así que sacamos de la mía y dejamos los tanques
parejos… El plan era que si Alex se quedaba sin combustible nuevamente, yo, con
la reserva, si podría llegar y devolverme hasta donde él estuviese.
Llegamos a Cochrane “con el
olor”. Yo ya estaba en reserva hacía rato y Alex inexplicablemente alcanzó a
llegar… Casi besó el piso de la gasolinera y allí nuestras “monturas” saciaron
su sed. Paso seguido, buscamos el camping, que era un espacio amplio en el
patio trasero de una casa del pueblo, pero lo suficientemente amplio para que
en éste cupieran todas las carpas de los viajeros que pasan por esta población.
Allí encontré de nuevo a Julien y su novia Maud, al igual que a otros
mochileros que había conocido en O’Higgins; el destino quiso que ese fin de semana
se estuvieran celebrando las fiestas del pueblo, así que fue una tarde de
rodeo, comida gaucha, mucha tradición Patagónica y noche de baile y fiesta,
animada por la “cumbia chilena” y otros ritmos que de alguna manera, como
inexpertos turistas adivinábamos cómo bailar, ente las risas y miradas de
sorpresa de los gauchos chilenos.
Fiestas lugareñas en Cochrane - Jineteada típica o rodeo |
Gauchos chilenos con sus típicas boinas |
Cinco Franceses y cun Colombiano en medio de una fiesta Chilena |
Acostumbrado como ya estaba a
ir a la cama temprano, el regreso al camping después de la medianoche ya era
para mi “trasnocho”, así que el día siguiente lo dediqué a descansar un poco y
a organizar las cosas que traía en mi equipaje; Alexandre tenía plan de
continuar ese día, por lo que nos despedimos en Cochrane con la esperanza de
vernos nuevamente en Brasil, país que visitaría en meses venideros.
Era domingo y el pueblo se sentía
más desolado y desierto que nunca, o por lo menos, esa era mi percepción al no
encontrar tiendas abiertas y mucho menos supermercado dónde aprovisionarme
nuevamente para la cena de esa noche... tuve que conformarme de nuevo con un
pasta en salsa de tomate con atún (plato en el que nos convertimos expertos los
viajeros patagónicos); de ahí a la cama nuevamente pensando en la jornada
venidera que, según los comentarios recogidos traería más ripio y menos confort
(si es que ello era posible a esas alturas!).
Un "pequeño inconveniente" para esta pareja que le da la vuelta al mundo en su Citroen... fácil, solo se retira el motor, la transmisión, etc, etc, etc... |
Con ánimos renovados por el
excelente clima el lunes, mi salida de Cochrane contrastaría con algunos
“incidentes” en la carretera… incidentes que, al fin y al cabo, se encargan de
ponerle ese sabor al viaje, pero que en el momento uno quisiera mandar todo
“pa’l carajo”.
Paisajes dejando Cochrane en el valle norte |
Me explico. A media tarde y
entre el ripio de la carretera y la vibración a la que constantemente está expuesta
la moto (y el piloto obviamente), sentí un golpe seco, seguido de un traqueteo
en la rueda trasera de la moto. Mierda! Me pinché! Pensé… Nada de eso (por
fortuna), resulta que una de las protecciones de la moto, una especie de
guardafango muy cercano a la llanta y que ya había arreglado semanas atrás
entre Ushuaia y Tolhuin, alcanzó a tocar la llanta, la cual lo arrastró consigo
y partió uno de los soportes. Dicho protector quedó enredado y “absorbido”
entre la suspensión y la transmisión (cadena)… Dio la vuelta entera! Para
sacarlo debía para la moto en su soporte central y de manera “delicada” tratar
de halarlo para no dañarlo mas. La delicadeza no sirvió… sirvió más un fuerte y
violento jalón que por poco me manda de culo contra la cuneta. Como pude lo
enderecé y reemplacé el soporte reventado por unas abrazaderas plásticas que
mucho me han servido en el viaje; esperaba que esta vez no fuera la excepción.
Pero fue la excepción! No
había recorrido más de diez metros desde que, habiendo empleado una media hora
en el “desbarate y armado”, la maldita vibración mandara nuevamente el
guardafango contra la rueda y zas!!! Otra vez la misma cosa.
Esta vez decidí que retiraría
el bendito guardafando y no lo instalaría hasta reemplazar el soporte, ello
incluiría un trabajo de soldadura que probablemente en alguna ciudad
encontraría. Para desarmar todo, debía posicionar la moto en su soporte central
y para maniobrar sin problema quitar todo el equipaje… gajes del oficio!
Guardafango "atrapado" por la llanta trasera |
Me tomó otra media hora –no mucho-
dejar todo listo: guardafango desmontado, maletas otra vez a bordo y vámonos!
Me subí a la moto solo para darme cuenta que mi pierna derecha no alcanzaba a tocar
el piso; de hecho, quedaba muy alejada de mismo porque, sencillamente, la
cuneta a ese lado era demasiado profunda! Ello supondría una dificultad al
momento de bajar la moto del soporte o “gato” central. Tomé impulso… Uno, dos y
tres! Estaba muy pesada y ni se movió! De nuevo... Uno, dos y TRES!!! Listo!!
AL SUELO fui a dar!
La moto, por física elemental,
se fue a la cuneta y con todo el peso ya no hubo quien la controlara… Mi
profesor de geología en la Universidad Nacional, allá en Manizales decía, de
manera muy coloquial para explicar un deslizamiento de tierra. “Cuando el burro
va de culos pa’l estanque, no hay talanquera que lo aguarde”… Y a mi, a bordo
de semejante burro no había quien o que me parase.
Afortunadamente y por lo
profundo de la cuneta, pude sacar el pie y solo la moto quedó atrapada en la
misma; yo, por mi parte, herido solo en el orgullo y ya un poco polvoriento por
tanto contacto con el suelo, había salido bien librado. El problema ahora era
cómo levantar la moto que había quedado prácticamente muy inclinada y en la
cuneta. De inmediato liberé los bidones que estaban hasta el tope de gasolina y
ya empezaban a derramar algo, para después liberar la maleta lateral que quedó
libre. El resto seguían atrapadas por el peso de la moto y era imposible
sacarlas, como era imposible para mi levantar la moto.
Al suelo... otra vez! |
El grito se me escapó de
manera espontánea y fue algo liberador, estoy hablando del grito desgarrador
que prosiguió a la caída de la moto y que, lejos de expresar dolor físico,
expresaba cansancio, tedio, hambre, sed (no había comprado nada por simple “pereza”
de volver hasta el supermercado que quedaba a dos cuadras del camping!); todo
ello en medio de un sol tenaz (bueno, hubiera sido peor con lluvia, debo
admitirlo) y de la desolación propia de la carretera austral. Quería aventura
mijo? Quería historias para contar?.. Ahí tiene…
Me senté a orilla de la
carretera, derrotado un poco por el cansancio físico y otro tanto por el
desánimo, esperando que una fuerza sobrenatural levantara la moto y la pusiese
de nuevo en el camino o que alguien pasara y me ayudara. Ocurrió lo segundo.
Solo fue posible levantar la
moto con la ayuda de otros dos fornidos chilenos que pasaron al cabo de 20
minutos en camioneta, con dirección a Chile Chico… Después de ello fui lo
suficientemente precavido como para dejar la moto en medio de la calzada y
evitar desniveles peligrosos.
Conduje despacio, como
adormilado hasta Puerto Tranquilo, a donde llegué casi al caer la noche y luego
de recorrer un trayecto que, sin desconocer lo maravilloso del paisaje, no
alcanzaba a disfrutar plenamente.
Parajes diversos en la Carretera Austral entre Cochrane y Puerto Tranquilo |
Talvez a todos nos pasa alguna
vez en el viaje, sobre todo cuando ya sabemos que emprendimos el regreso a
casa. Hay cansancio, un poco de tedio ante los problemas y ganas de posar la
cabeza en su propia almohada; después de todo, hasta los nómadas tienen su propia
almohada.
Llegada a Puerto Tranquilo a orillas del lago General Carrera |
Me alegró ver a Julien y Maud –de
nuevo- en el camping de Puerto Tranquilo y me olvidé un poco de ese incómodo
sentimiento que me acompañó aquella tarde, no obstante el descanso del día
anterior, me sentía cansado y fui a dormir temprano; el día siguiente visitaría
las formaciones de la Catedral de Mármol y esperaba que mi ánimo ya hubiese
mejorado para entonces.
Aunque el clima parecía empeorar,
la mañana siguiente no trajo lluvia, por lo que el paseo a la Catedral de Mármol
y a las formaciones contiguas, si bien con amago de lluvia y vientos fuertes,
fue algo muy lindo.
Las formaciones rocosas en el General Carrera - Catedral de Mármol |
Resulta que en el Lago General
Carrera hay unas formaciones de carbonato de calcio que sobresalen de la
superficie y que, al haber sido erosionadas por el agua, tienen cavernas y
pasadizos por donde pequeñas embarcaciones (máx. 10 personas) transitan; el
detalle del carbonato de calcio es importante porque no solo le da ese aspecto
de mármol incipiente a la formaciones, sino porque también, al ser un antifloculante,
arrastra todos los sedimentos y da al agua una apariencia más que cristalina,
no hay nada en suspensión y ello permite visibilidad a través del agua (este
fenómeno me recordó el buceo en cavernas en la Riviera Maya, donde el mismo
material produce el mismo efecto en los cenotes).
Si bien Puerto Tranquilo no tiene
más de un centenar de habitantes, allí encontré el mejor pastel de limón que me
comí en mucho tiempo! Julien, Maud y yo no hastiamos aquella noche con un
ración completa y recién elaborada por una de las habitantes del pueblo.
Catedral de Mármol |
Pronóstico para la mañana
siguiente: Lluvia. No sabía si creerle o no… Yo no quería creerle, pero una
cosa era lo que yo quería y otra lo que vendría. La lluvia me acompañó desde
que dejé Puerto Tranquilo hasta que legué a Coyhaique al anochecer. Solo 250
kilómetros que parecieron 1.000. La lluvia arreciaba en ocasiones y mermaba en
otros momentos, pero siempre estuvo presente; en algún momento de la tarde y
cuando ya el agua había alcanzado los niveles más insospechados de mi piel. Me preocupé
por la hipotermia que ya empezaba a afectarme.
Estoy hablando de agua fría! Helada!
Y viento más que frío batiendo contra mi cuerpo durante horas, de manera
repetida; una breve parada antes de llegar a Coyhaique y cuando aun tenía algo
de luz solar, en la que cambié mis guantes por otros secos y reactivé un poco
la circulación en mi cuerpo, me devolvió el ánimo que necesitaba para completar
la jornada. Fue el momento en el que probablemente más frío sentí durante los
casi 6 meses que llevaba en la ruta.
Mi objetivo principal en Coyhaique
la mañana siguiente era encontrar reemplazo a mi llanta/cubierta trasera, para
continuar mi camino por la austral… ni señas! A lo mejor en Osorno la vas a
encontrar! Decían…
Decidí entonces abortar el último
tramo norte de la carretera austral; un pinchazo me hubiera dejado
verdaderamente “varado” en aquella inhóspita ruta, y ese sería el mejor de los
casos, el peor sería destruir la llanta/cubierta con un trozo de piedra
puntiaguda, dejándola inservible.
(NOTA. Utilizo los dos
términos llanta/cubierta, puesto que en Argentina, llanta es lo que en Colombia
llamamos “rin”. Me refiero entonces al caucho…)
Arco iris en medio de una jornada con lluvia hasta Puerto Chacabuco |
Opté por un plan nada
desagradable; abordar un ferry que me llevaría durante dos días, desde Puerto
Chacabuco (cerca de Coyhaique) y Quellón (Isla de Chiloé), a través de los fiordos
chilenos y navegando entre caletas y formaciones y campos de hielo para mi desconocidas.
A estas alturas, cualquier
descanso corporal era bienvenido. Cansancio acumulado, dolor en las
articulaciones por el frio y musculares por la posición prolongada en la moto
hacían aparición después de meses en la ruta. El paseo por los fiordos y
canales patagónicos durante dos días sería buen descanso, corporal y mental.
Antes de Puerto Chacabuco
encontré una pequeña casa a orillas de la carretera provista de un cobertizo.
Su dueño, Rolando López Enríquez, después de mirarme con un poco de extrañeza
pero haciendo caso a su –según él- “buen instinto”, me permitió quedarme en la
pequeña cabaña que usan para los asados y festejos.
Rolando, muy orgulloso (y con
toda razón para estarlo) me enseñó sus cultivos de verduras, su huerta en
invernadero y parte de los animales que tiene; esa noche, su esposa y su suegra
prepararon pan casero que llenó la estancia de un delicioso olor a “hogar”. Al
calor de una buena chimenea logré descansar antes de embarcarme hacia la Isla
de Chiloé.
La cabaña en casa de Rolando - Rumbo a Puerto Chacabuco |
Rolando, orgulloso de su huerta bajo el invernadero! |
Compartendo un pan casero y excelente comida en casa de Rolando |
Un fuego para aliviar el frio de la noche patagónica |
Y nuevamente abordando un
ferry! Esta vez en Puerto Chacabuco con destino a la isla de Chiloé. Un ferry que
abastece pequeños poblados en islas como Melinka, y zonas aisladas en el
continente. Según necesidades de carga puede haber hasta 8 paradas intermedias,
y el viaje puede durar entre 30 a 40 horas, yo no tenía afán…
Bien asegurada a bordo del ferry hacia Quellón (Chiloé) |
Cielos grises pero llenos de magia en los canales del sur de Chile |
La mayor parte de recorrido la
dediqué a leer, cosa que venía haciendo de manera interrumpida y sin poder
hilar ideas entre una lectura y otra; me hacía falta ya volver a algunos
hábitos que se perdían entre tanto desplazamiento. El paisaje, sombrío en el
comienzo empezó a dar paso a cielos más abiertos, el solo se asomaba
tímidamente en algunas partes del trayecto, pero la bruma predominó durante la
primera parte del recorrido, dando a los fiordos un aspecto como embrujado.
Solo hasta el arribo a Chiloé se dejó ver el sol. Ya era justo y nos dio la
bienvenida a quienes después de 35 horas volvíamos a pisar tierra!
Uno de los puertos intermedios de la travesía hacia Chiloé |
Llegada a Chiloé - Poblado de Quellón |
La Isla Grande de Chiloé hace
parte de un archipiélago que lleva el mismo nombre, Chiloé. Solo tiene 180
kilómetros de extensión, por lo que mi intención era atravesarla en un solo
recorrido, buscando posteriormente el ferry que me llevaría al continente, para
alcanzar Puerto Montt.
Arribamos a Quellón, extremo
sur de la isla cerca de las 5:00 p.m. El tiempo no daría para alcanzar ferry
hacia el continente aquel mismo días, así que decidí buscar un lugar e medio
camino para pasar la noche.
Una pequeña estancia, cerca de
la ciudad de Castro resultó ser el sitio indicado. Sus propietarias, dos
hermanas ya un poco mayores de nombres Esterlina y Brígida me estudiaron
detalladamente antes de decidir que yo ofrecía peligro aparente. El granero
donde almacenaban la paja para los animales se veía muy acogedor y cómodo para
simplemente tender mi bolsa de dormir y descansar aquella noche. Rato después,
cuando estaba acomodando mis cosas en el granero, fui llamado a comer y después
de una breve charla ya me habían ofrecido una cama en uno de los cuartos que
permanecían desocupados en la casa adyacente; mucho más cómodo que el granero y la bolsa de dormir, pero aun guardo
curiosidad acerca de cómo hubiera resultado la noche en aquel sitio…
Fachadas Chilotas en la Isla Grande |
Astillero y palafitos en Castro |
Palafitos a la orilla del mar |
La mañana siguiente me
despedía de Esterlina y Brígida con un fuerte abrazo, sintiéndolas como un par
de las tías que había dejado en Colombia meses atrás. Por recomendación suya, me
detendría en Dalcahue para almorzar y continuaría mi viaje hacia Ancud; ese día
pisaría de nuevo continente.
Pero como todo en este viaje,
la estadía en Chiloé, planeada inicialmente para un par de horas, y que se extendió
a un día después, terminó en una estadía de más de una semana!
En Dalcahue, un pequeño poblado
conocido por su Iglesia Nuestra Señora de los Dolores (Monumento Nacional y
Patrimonio de la Humanidad) y por su feria artesanal que se efectúa los
domingos por la mañana y mientras buscaba algo para almorzar, trabé
conversación con un par de españoles –Alfonso y Andoni- quienes me interrogaron
acerca del viaje. Les llamó la atención, como suele ocurrir, ver la moto con
todo el equipaje y con matrícula Colombiana. Ya yo sabía el repertorio de
memoria, lo que nunca podía prever era el comportamiento, la reacción de mis
interlocutor. Minutos después estaba invitado a almorzar en casa de Alfonso,
con su esposa e hijo, acompañados de Andoni y su novia Lucía.
Nuevos amigos en Chiloé! |
Alfonso y su esposa ya eran prácticamente
“chilotas” (gentilicio de los habitantes de la isla), mientras que Andoni y
Lucía están dando la vuelta al mundo en su velero de 11 pies… Un momento,
velero? Pero si yo tengo un marinero por allá dentro de mí, cómo no voy a
echarle un vistazo a ese velero? Andoni, el capitán del navío, de manera muy
amable me invitó no solo a conocerlo sino a dormir una noche en él; Alfonso,
por su parte ya me había convencido de aplazar mi partida ese día, así que esa
noche dormiría en casa de Alfonso y la noche siguiente a bordo del “Wind Chime”,
como se llama el velero de Andoni y Lucía y que se encontraba fondeado a unos
kilómetros de Castro.
Entre la amabilidad y
hospitalidad de Andoni y Lucía, la familiaridad de Claudia y su familia
(amables lugareños que vivían en un islote) y la magia de aquella bahía, la
estadía se prolongó hasta la semana siguiente. ´
A bordo del "Wind Chime" |
Con Claudia y su familia en la isletilla |
Los días pasaron como en
cámara lenta, a ritmo de vida chilota, lo cual significa más lento que de
costumbre; pescando, recogiendo frutos de mar variados como ostras, mejillones,
choritos y simplemente disfrutando de la calma del lugar.
Colonias de leones marinos
recorren la bahía y se dejaban ver jugueteando amistosamente alrededor del
velero o tomando el sol en las boyas de pescadores, cercanas al mismo.
Recorrí poblados chilotas,
donde sus construcciones se destacan con un estilo arquitectónico que usa tejuelas,
balcones y miradores. Las tejuelas fueron ocupadas por los colonos alemanes que
se asentaron en las provincias vecinas. Los palafitos son construcciones sobre
pilares de madera en el agua, no son una arquitectura originaria de Chiloé,
pero fueron adoptados en Ancud, Quemchi, Castro, Chonchi y otros puertos, para
un mejor aprovechamiento de la ribera durante la expansión comercial en el siglo
XIX. Actualmente sólo quedan algunos ejemplares en Castro y Mechuque.
León marino tomando sol en la bahía |
Mi cena aquella noche... |
Una "palomita" por la bahía |
El "Wind Chime" fondeado en la bahía |
Anochecer a bordo del Wind Chime |
Hubo tiempo hasta para ayudar
a Andoni con el mantenimiento del velero, que incluía vararlo, limpiar y pulir
el casco y después pintarlo con productos especiales.
El velero, sin ser de
dimensiones astronómicas, está muy bien adecuado para la travesía que les
espera hacia las Islas Fidji, a donde deben estarse dirigiendo mientras escribo
estas líneas.
Listo para el mantenimiento! |
Manos a la obra! |
Y así quedó el casco del Wind Chime... |
Antes de partir hacia el continente - Andoni y Lucía |
Cuando, después de pasar más
de una semana en Chiloé, pisé suelo continental, estaba solo a un día de camino
de Osorno y ya muy cerca de la frontera con Argentina, a donde planeaba entrar
nuevamente.
Una parada en Puerto Varas,
hermoso lugar rodeado de volcanes y adornado por un hermoso lago me permitió
ver la contraparte Chilena de Bariloche; a pesar del clima frio y lluvioso que
reinó durante el par de días que permanecí allí, pude disfrutar de la belleza
de su entorno y en especial, de la amabilidad de sus habitantes, siempre
ofreciendo una sonrisa en medio de un cielo gris.
Osorno, última ciudad antes de
cruzar a Argentina y el sitio donde por fin podría cambiar la llanta trasera,
ya desgastada y en las últimas de su existencia.
Motoaventura me ofreció un muy
buen precio por una de las llantas que tenían de segunda mano, llantas que
usaban en la carretera austral pero que quedaban en bodega hasta la próxima
temporada. Había escuchado muy buenos comentarios de la Heidenau Scout y había
llegado mi oportunidad de probarla; al día de hoy meses después de haberla
montado, debo decir que me ha sorprendido de manera rata por su durabilidad y
desempeño en todo tipo de terreno.
Con l agente de MotoAventura en Osorno - Chile |
Pirelli MT60 - Me acompañó por 13.300 kms en terrenos muy agrestes... buen caucho! |
A probar con el Heidenau... |
El paso fronterizo Cardenal
Samoré, que lleva de Osorno a Villa La Angostura ya presentaba algo de nieve a
mi paso, sin embargo ello no representó mayores contratiempos para cumplir la
meta de llegar a San Martín de los Andes antes de que la noche entrase.
Esperaba encontrarme nuevamente con Roberto Javorowsky en ese hermoso paraje a
orillas del lago Loloc, para luego enfilar baterías hacia el oriente: Buenos
Aires!
Pero eso hace parte de la
próxima historia…
Bienvenido a Argentina.. otra vez! |
Jorge Eduardo, pues tu paso por aqui y las experiencias compartidas, me ayudó a tomar la decisión de algo que estaba planeando hace algunos años ates de saber de tu aventura y finalmente compre mi Honda XRE 300.
ResponderEliminarObviamente no tengo condiciones ni es mi intención(en este momento) por este tipo de aventura, pero como dices, lo importante es iniciar los cambios a los pocos. Hace algún tiempo mi vida se encontraba estancada y este es uno de los primeros pasos para estos grandes cambios. Me alegro mucho que sigas sacandole el mayor provecho a este sueño y disfruto cada historia que narras y cada una de las fotos como si fuera mia!
Gracias por el tiempo que compartimos juntos y un grande abrazo. Juan
Juan, pues antes que nada, "Parabens" por la adquisición! Es una moto muy buena y para todos los terrenos; la moto es segura si se es responsable y prudente, siempre a la defensiva! Y además, quien quita que llegue a Colombia en ella!
EliminarHacía días quería escribir algo así porque muchas personas manifestaban que yo, de alguna forma, les inspiraba a cambiar su vida para mejor; esto además de llenarme de motivación me emociona mucho.
Gracias por el mensaje y un fuerte abrazo!