martes, 5 de febrero de 2013

Sur de Bolivia - Uyuni: Salar, desierto...


Uyuni… Un pequeño pueblo en medio de la árida zona de transición al salar que lleva su mismo nombre. Al recorrer sus calles no puede evitarse un sentimiento de desolación y lejanía un poco abrumador. Una calle principal define la zona comercial y en general, todo el movimiento del pueblo. Dos estaciones de gasolina plagadas de vehículos 4*4 esperando llenar sus tanques y bidones de repuesto antes de partir a las expediciones al salar y al desierto, atractivos principales de la zona.
No me tomó mucho tiempo encontrar un pequeño pero amigable hotel: Hostal Sajama, en cuyo interior pude parquear la moto, no sin antes remover las maletas laterales.

Mi primera tarea era averiguar las condiciones del salar en cuanto a la lámina de agua en ese momento y verificar si podía cruzarse. Las respuestas de los conductores de la zona no fueron alentadoras: la lámina de agua en la zona inicial o periferia del salar podría tener unos 5 cms, haciendo difícil el acceso y poniendo en riesgo el estado de la moto al impregnarse de sal. El consejo de todas formas era llegar allí y una vez verificadas las condiciones, decidir.
El Salar de Uyuni es una planicie formada miles de años atrás tras la evaporación del agua marina remanente, tras el levantamiento de las cordilleras; su visita es obligada en la zona, convirtiéndose en escenario de hermosas fotografías y un lugar donde la soledad e inmensidad puede llegar a ser una experiencia reveladora, por lo menos para algunos que así lo han narrado. Yo no quería ser la excepción, así que en la mañana siguiente y con la moto sin carga recorrí los casi 40 kms de carretera destapada que conducían a la orilla del salar.
El escenario es de verdad sobrecogedor, pues se siente uno infinitesimal frente a la grandeza del lugar. El horizonte se pierde y solo se divisa una blanca e infinita alfombra, cuyo resplandor resulta a veces enceguecedor.

La siguiente información, extraída de Wikipedia puede llegar a ser útil para entender: “El salar de Uyuni es el mayor desierto de sal continuo del mundo, con una superficie de 12 000 km². Está situado a unos 3650 msnm en el suroeste de Bolivia, en la provincia de Daniel Campos en el departamento de Potosí dentro de la región altiplánica de la Cordillera de los Andes. El salar de Uyuni se constituye también en una de las mayores reservas de litio en el mundo, igualmente cuenta con importantes cantidades de potasio, boro y magnesio.”


Salar de Uyuni - Visto desde la orilla

Salar de Uyuni

Hasta aquí se podía llegar con la moto...

Efectivamente, tras un breve recorrido a pie por la orilla del salar, pude comprobar que su acceso no sería posible sin arriesgar que la moto quedase impregnada de sal por la constante salpicadura… No tenía más opción que regresar y pensar en una ruta alternativa hacia el sur, para así cruzar la frontera con Chile vía San Pedro de Atacama. Tomé las fotos que suponía serían suficientes para testificar mi presencia en este maravilloso sitio y me despedí de él sin saber que pronto lo visitaría nuevamente.

Calamina - Terreno rizado que afloja hasta los dientes!
 A mi regreso al pueblo, decidí indagar sobre las rutas para mi travesía al sur y me encontré con información no muy alentadora: Por problemas entre la comunidad y el gobierno/administrador del parque Eduardo Abaroa, los aldeanos habían tomado –por la fuerza- el control de todos los puestos de acceso y habían bloqueado el acceso al parque. Solo era posible para ciertos vehículos, pertenecientes a empresas simpatizantes de la causa, cruzarlos. El paso en la frontera estaba cerrado para toda clase de vehículos y no se vislumbraba solución al conflicto…
No era posible cruzar hacia Chile por esa ruta y la única alternativa era continuar hacia el sur y cruzar hacia Argentina. Ese plan no me disgustaba pero me quedaría sin ver el desierto de Siloli, las lagunas del parque Abaroa y en general todos aquellos parajes, de los cuales solo tenía referencias ajenas. Decidí aventurarme y preguntar –aunque no soy amigo de los tours organizados por terceros- las posibilidades de visitar aquellos sitios y en últimas decidí unirme a un grupo de ingleses y alemanes que habían contratado dicha visita.

La salida sería a las 11:00 a.m. del día siguiente y nos tomaría 3 días regresar a Uyuni. Una vez hube concertado con el dueño del hotel el parqueo de la moto, todo estaba listo para esa nueva experiencia.

Nos esperaba un vehículo Toyota Land Cruiser, muy bien equipado, gasolina extra en su parrilla superior, víveres y en general todo lo necesario para los 3 días que pasaríamos alejados de la civilización; lo único que cada uno llevaría consigo ería un pequeña mochila con artículos de aseo personal y 6 litros de agua potable (la comida estaba incluida en el tour y pernoctaríamos en hoteles “básicos”, por lo cual no requeríamos carpas ni bolsas de dormir). Lucie y Eva de Alemania, así como Suzi, Shelly y Liam de Inglaterra serían mis compañeros de viaje.

El grupo! De izq. a der. Eva, Shelly, Lucie, José (conductor y guía), Yo, Suzi y Liam

La primera parada fue en el cementerio de trenes en las afueras del pueblo, lugar que ya el dia anterior había visitado. Todos los restos de vagones y locomotoras que en el siglo pasado fueron usados para transportar productos a lo largo de todo Bolivia y hacia Chile y Argentina, han sido traídos a este lugar, que permanece como un testigo mudo y silencioso de la historia de la región. No pude evitar cierta nostalgia al contemplar aquellas moles de acero corroído y ofreciendo un dramático espectáculo al visitante, mientras mi imaginación volaba y los situaba en su mejor época, haciendo su trabajo y siendo parte de la historia que construyó aquel país.

Cementerio de trenes, parte del cual lo han convertido -con partes de los trenes- en zona de juegos para "niños grandes". Ah! No se confundan... es un tubo de acero...




Desde el inicio sabía que iba a ser un viaje largo pero lleno de lindos paisajes, además los kilómetros recorridos en la moto hacían que los casi 900 que traería este nuevo tramo parecieran insignificantes.
El recorrido hasta el salar, segunda parada del día, nos tomó menos de lo que esperaba. Obviamente, recorrer el tramo rizado y sin pavimento en un vehículo de cuatro ruedas y altamente confortable era muy diferente a la experiencia del día anterior en la motocicleta. Empecé a pensar que tomar este tour había sido una decisión acertada pues, no solo disfrutaría de hermosos paisajes, sino que descansaría físicamente de la posición y en general de todo lo que implica viajar en la moto. No me malinterpreten! No estaba cansado de viajar en la moto, pero los descansos y en general los cambios de rutina son recomendables, tanto mental, como físicamente.
No mas al entrar al salar, pude confirmar que entrar con la motocicleta hubiera sido un error fatal. La lámina de agua era suficiente para que, incluso vehículos con gran altura al piso, quedaban bien impregnados con una capa de sal que, con cada kilómetro se hacía más gruesa en el chasis, lámina y todo lo que tocaba.

Segunda visita al Salar de Uyuni; esta vez adentrándome en él...

Qué botella más grande!




Diversión y... bueno, más diversión!

Isla del Pescado

Al llegar a la Isla del Pescado, en medio del salar, encontré a dos turistas alemanes a bordo de BMW y Yamaha. Por un lado, manifestaban estar contentos de estar en un lugar tan maravilloso, pero no podían ocultar su preocupación por el estado en que las motos se encontraban, pues la capa de sal había llegado a lugares casi insospechados; transcurrirían muchos días antes de poder encontrar un sitio donde lavar y retirar de manera adecuada esta costra.


Costras de sal en las motocicletas que se aventuraron a entrar... Caras de preocupación de los dueños que no se ven...

Nos divertíamos como niños. Jugábamos con las cámaras, hacíamos trucos de fotografía –pues no hay perspectiva en este desierto de sal-, saltábamos y nos sentíamos completamente libres
Na vez en medio del salar y al no tener un horizonte definido, pues se pierde en el infinito, la sensación es de total aislamiento; las caravanas de carros se encuentran eventualmente y prestan auxilio en caso de ser necesario, pero es inevitable sentirse como en medio de la nada. Fue así como poco a poco el odómetro marcaba más y más kilómetros y atravesamos el salar, desde su extremo oriental y en dirección occidente primero, y luego al sur.





Un hotel en San Juan, básico pero acogedor, cuyas paredes fueron construidas con bloques de sal, nos dio la bienvenida; galletitas y te fueron el aperitivo de una cena que nos ayudó a recomponernos del frío que ya envolvía la noche.
Cuando pregunté dónde quedaban las duchas, me contestaron que pagando una “módica” suma podría tener acceso a ellas; ese dato no lo tenía presente! No solo yo, sino todos en el grupo decidimos “aguantar” un par de días así, pues la historia se repetiría al día siguiente. A propósito, los paños húmedos resultan enormemente útiles en este tipo de situaciones!

Hotel hecho de bloques de sal - Salar de Uyuni


Alrededor de las cuatro de la madrugada desperté y decidí salir a dar un paseo para contemplar el cielo y sus estrellas en medio de la solitaria y oscura noche, el espectáculo valió la pena pero el intenso frío me impidió permanecer más del tiempo necesario para intentar plasmar el momento en un par de fotografías que, talvez por limitaciones de la cámara o torpeza del fotógrafo, no muestran nada!
El día siguiente atravesaríamos la Reserva Eduardo Avaroa o Abaroa, donde el paisaje es impresionante Inmensas pampas rodeadas de serranías coloridas enmarcadas en la inmensidad del cielo, con paisajes surreales enriquecidos con formas como la del Árbol de Piedra y las rocas del Valle de Dalí, colores como el de Laguna Colorada o Laguna Verde; y especies como los tres tipos de flamenco, las vicuñas, el suri o el zorro andino (aunque solo vi los flamencos).
El desierto de Siloli, donde se encuentra el Árbol de Piedra era, desde mi ingreso a Bolivia, era un sitio casi obligado; pude visitarlo, pero la foto con la moto al lado del árbol quedó para una próxima visita.

La zona ofrece una variedad casi interminable de sitios para extasiarse visualmente, como las lagunas hedionda, verde, colorada, fondos magníficos de volcanes cubiertos de nieve, desiertos y formaciones rocosas moldeadas por los fuertes vientos, géiseres, etc. Cuando trata de ponerse en palabras tanta belleza podemos llegar a ser injustos o exagerados, por lo cual dejo algunas fotografías que puede dar un idea de lo anterior (Aunque siempre he manifestado que las fotografías nunca harán justicia a la realidad y al ser una imagen bidimensional, carente de los olores, sonidos y demás sensaciones y situaciones que envuelven el momento, nos quedamos cortos…)

Volcán Ollagüe - Frontera con Chile

Desierto - Paisaje de Dalí
Árbol de Piedra - Desierto de Siloli



Laguna Hedionda


Laguna Hedionda - Flamengos rosados
Laguna Colorada



Géiseres en la zona de Laguna Colorada







Fueron tres días en los que, por fortuna y gracias a un vehículo bien acondicionado, los casi 900 kilómetros del circuito, por carreteras casi inexistentes y muy agrestes, realmente fueron un “paseo”. Debo admitir, para mi grata sorpresa y pese a mi escepticismo inicial, que fue una buena inversión.
Mirando atrás y recordando mi frustración inicial al no poder cruzar el salar con la moto, que aun en condiciones “un poco mejores”, hubiese expuesto la moto –y a mí mismo- a situaciones difíciles de las cuales a veces no hay marcha atrás y una vez en ese punto, ya es demasiado tarde. El trayecto recorrido, si bien emocionante y gratificante al final, no es para hacerlo en solitario en moto; puede hacerse, si –como ya varios lo han hecho- pero los tropiezos y dificultades que se enfrentan podrían restarle goce al mismo.

De vuelta a Uyuni, encontré todo en perfecto orden y la misma habitación me fue asignada. Una buena ducha después de tres días sin recibir tal me recompuso y fui a despedir a mis compañeros de viaje quienes, muy a su pesar, deberían abordar un bus esa misma noche, camino a Tupiza; recorrido que a mi me esperaba al día siguiente.

Para mi fortuna, la mañana siguiente, cuando fui a la estación de servicio a tanquear la moto, la encargada no solo me hizo pasar al frente, obviando la larga fila de 4*4, sino que me cobró el combustible al precio nacional! Era un buen augurio para la jornada que me esperaba.  Sin embargo, por muy buen augurio que fuera, los 220 kilómetros en carretera destapada (ripio) y con un rizado aterrador (calamina), no iban a aparecer de repente pavimentados; esa era una realidad con la que debería lidiar entonces.
Ya había experimentado, a bordo de la moto, algo de la famosa “calamina” en el breve camino al salar; sobra decir que mientras estuve montado en la Toyota, tal calamina ni se sentía! Así que estaba un poco preparado para lo que me esperaba. Y digo que “un poco” pues no me imaginaba que la jornada sería tan dura. La velocidad a la que se puede circular no supera los 20 km/h para no tener riesgo de caída en el ripio, pero la vibración frecuente a la que se está expuesto, hacen poco confortable el trayecto. Recorrerlo me tomó aproximadamente seis horas y media, con pausas muy breves para estirar músculos y comer un fiambre; eso si, las vistas al final del camino, donde se interna en un valle en forma de U, con peñascos rocosos de color rojizo a cada lado y un río, con riberas de exuberante vegetación, son espléndidas.
Después de una de las paradas, la moto no prendió. Simplemente no prendía… minutos antes trabajaba perfectamente y ahora ya no daba arranque. El sentido común me hizo pensar que el rizado habría aflojado alguna pieza y decidí apretar el capuchón de las bujías. Resultó! Por fortuna solo fue un pequeño susto en medio de una carretera por donde solo el polvo y el viento se atrevían a pasar.

Es en esta zona, justo antes de llegar a Tupiza, donde Butch Cassidy y the Sundance Kid cometieron el asalto al convoy de los Aramayo, para después ser abatidos en las montañas. No vi rastros de su peripecia, pero se dice que allí estuvieron. Hay compañías de turismo que ofrecen tours al sitio donde fueron muertos, pero no era mi intención desviarme de la ruta planeada.

Al llegar a Tupiza y mientras descargaba las maletas, me di cuenta que mi direccional (luz de giro) trasera ya no estaba! La vibración excesiva a la que fue expuesta la moto simplemente aflojó tornillos y cobró su víctima en la direccional. La reemplace sin problema y aproveché para apretar tornillos que muy seguramente habían ya empezado a aflojarse. Debo decir que esta práctica de apretar tornillos por lo menos una vez por semana y después de caminos rizados, ha resultado buena -mas no infalible- para no perder piezas importantes de la moto o incluso evitar que los soportes de las maletas sean sometidos a esfuerzos innecesarios.

Hasta ese momento, se había convertido en el trayecto más difícil e incómodo de todo el recorrido desde mi salida de Colombia, pero aun faltaba la Ruta 40 en Argentina…
Al día siguiente y después de una noche reparadora, continué mi viaje dirigiéndome a Villazón, último poblado boliviano. Una fila algo dispendiosa en las oficinas de migración y controles de aduana y fitosanitarios en la frontera demoraron un poco el paso hacia la población de La Quiaca.
El 23 de diciembre a las 16:00 hora boliviana (17:00 hora argentina) empecé a recorrer el primer tramo de la Ruta 40… rodaba ya en territorio argentino…